Esta novela histórica de Mario Méndez fue publicada a fines de 2018 por Atlántida, en su colección Reloj de Arena (dirigida por Jorgelina Núñez), con la coordinación editorial de Natalia Ginzburg y la edición de Verónica Bondorevsky.
Se trata de una novela realista, en primera persona, narrada por Pablo, un chico de doce años cuyos padres se separan y desde entonces vive “tironeado” entre dos lugares, Mar del Plata (donde está su mamá y su hermanita) y el sur del gran Buenos Aires, donde vive su papá y adonde va a vivir él durante poco más de dos años.
Esos años, los que transcurren en la novela, son 1978 y 1979. Esta oración quizás no diga mucho para miles de millones de personas alrededor del mundo, pero para quienes nacimos en este país (la Argentina) y contamos con unos años, dice demasiado. Son los años de plomo de la última dictadura (1976-1983), y si bien ya pasaron muchos años, no fueron tantos como para que recordar esa época no duela y, a la vez, no sea una tarea necesaria, imprescindible.
En 1978, mientras la dictadura cívico-militar hacía estragos en la sociedad y la economía del país, se desarrolló el único mundial de fútbol jugado en este país, que fue, además, el primero de los dos que ganó la selección nacional a lo largo de su historia: Argentina 78.
Este hito deportivo, sin embargo, nunca pudo ser festejado plenamente. Ni siquiera hoy podemos pensar en ese torneo con una mínima alegría: a poca distancia del estadio Monumental, sede del partido inaugural y de la final, eran torturadas y asesinadas (por el Estado y sus fuerzas represivas) centenares de personas, que previamente habían sido secuestradas ilegalmente y “desaparecidas”. Y había, claro, otros centros de detención y tortura.
Pero Pablo, el protagonista de la novela, tiene doce años y no sabe nada de eso. Le gusta el fútbol y está entusiasmado con el mundial, como parecen estarlo también casi todos los adultos que conoce; todos quieren que la selección gane el mundial, incluso “los holandeses”, los vecinos de la familia Jansen, que Pablo llega a conocer y apreciar, en especial a Delicia, la hija menor, de la misma edad que él, que será su compañera de escuela y e convertirá en su primer amor.
Entonces sucede un hecho trágico que altera en forma drástica la vida de los Jansen: uno de los hijos mayores de la familia, apodado Pajarito, de unos veinte años, es secuestrado por los milicos y se convierte en un desaparecido más. Al igual que sucede en Éramos los Mulvaneys, de Joyce Carol Oates, la desgracia que golpea a un integrante de la familia convierte a todos en víctimas. La madre de Pajarito y Delicia comienza a reclamar por la aparición de su hijo, y se convierte en una de las Madres de Plaza de Mayo (“las locas”, les decían los pro-militares en esa época); el padre se convierte en un ser taciturno y derrotado, y Delicia tampoco es ya la misma niña risueña y esperanzada que Pablo conocía. Pablo es testigo de lo que sucede y, aun sin entender del todo, va comprendiendo parte de lo que pasa alrededor, y eso lo impulsa a mantenerse cerca de los Jansen le impide incluso festejar la victoria en el Mundial, tras la recordada final contra Holanda, y saltar con el cantito de cancha “el que no salta es un holandés” repicando en las tribunas del estadio y luego, multiplicado al infinito, en las calles.
Podría decir mucho más del libro, pero no quiero extenderme (la largura es amiga del espoileo, ya se sabe). Agregaré solamente que está impecablemente escrito, como todos los de Mario, y que uno entra de lleno y muy fácilmente en la historia, se encariña con los personajes y siente en carne propia una muestra del dolor, el ruido y la furia de esos años oscuros. Recomendado.
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