Este hermoso poemario de Alejandra Correa (de quien ya comenté aquí el inolvidable Si tuviera que escribirte) fue publicado por La Gran Nilson en 2019 (es una reedición), con ilustraciones de El pibe efervescente, imágenes a una tinta, sencillas líneas negras que sin embargo arman escenas simbólicamente complejas e inasibles, lo que cuadra perfectamente con los poemas.
Porque este libro despliega y ronda una idea sobre la niñez, una combinación de clarividente lucidez y desamparo, de resistencia feroz, de dolor imparable y responsabilidad impuestos por el resto de una humanidad perdida: los adultos, esos ausentes necesarios.
Hijos
de hijos
de hijos
es la tierra
un vasto desierto
de padres
(“Kimitake”, poema V)
El libro comienza con instrucciones para hacer origami... con niños, algo que podría ser gracioso pero resulta más bien inquietante y hasta un poquitín siniestro (que es el clima que la poeta construye y mantiene hasta el poema final).
[...] 2. Elegir correctamente el niño para obtener un diseño adecuado.
[...] 6. Seguir todas las indicaciones, por ejemplo, en qué dirección deberá doblarse una esquina del niño, o cómo plegarlo para lograr tal o cual figura. [...]
(“El arte del origami”)
Comienzan entonces los poemas, organizados a partir de los nombres de niños japoneses literarios (cada parte está encabezada por una cita del autor con que se relacionan, Oé, Kitano, Ishiguro, Mishima), salvo la última parte, titulada “La lejana”, que hace referencia a la propia poeta, que se asume ella misma hija de una niña de Japón.
Algo de mí
en algún tiempo
cuando yo recién era
fue de Japón
una sola palabra
entre paréntesis
en medio
de un inmenso mar [...]
(“La lejana”, poema II)
Y nosotros mismos, los lectores, más temprano que tarde descubrimos que las antípodas son un disfraz, que la distancia es ilusoria y somos también niños de Japón, nacidos en la soledad de un tiempo semejante y criados en un mismo baldío oriental, lleno de reglas absurdas, sílabas desconocidas y letales radiaciones.
En Japón
los niños fingimos infancia
un largo acto escolar
para quienes nos piden
que juguemos en la ladera
de una montaña nevada
donde los perros nos acechan
con sus ojos de muerto [...]
(“Los hermanos Minami e I”, poema II)
Es, como dije, un libro hermoso, que se lee mejor de un tirón para permitir que el clima y la bella sonoridad de los poemas te envuelva y te inunde de una inquieta desesperación: la que se siente al leer un prado de verdades, brotadas como pequeños dolores.
Recomendado.
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