Este libro de Istvansch fue publicado recién por AZ, con la edición de Silvina Díaz.
En la última Feria del Libro de Buenos Aires (mayo de 2023) conversé con Istvansch y hablamos, muy brevemente, de este libro, que es (en su opinión y también en la mía) una de sus obras más icónicas. Un libro que en todo el mundo solo podría haber hecho él y que es, sin dudas, muy Istvansch, lo que equivale a decir que es muy genial... en una forma muy particular de genialidad.
El eje del libro es el movimiento: ya desde la primerísima página (la portada) se empieza con una indicación al lector (“Atención: sigue la flecha”). La instrucción es doble: prestar atención (algo que se hará imprescindible para poder seguir el insólito recorrido inquieto que exige el libro) y seguir la flecha... Algo difícil de cumplir, en tanto ya la tapa (que se despliega, junto con la contratapa y las solapas, en cuatro paneles consecutivos, como un mural) está repleta de flechas múltiples y multicolores que apuntan a todos lados (y nuevas flechas multiformes irán apareciendo en cada doble página). Por lo tanto, a través de su narrador, que se dirige en forma directa al lector (este es uno de los pocos libros escritos en la segunda persona gramatical que de verdad funcionan), el libro impulsa al movimiento, lo pide (lo ruega, incluso), casi podría decirse: lo crea.
Pero no es un movimiento único ni reglado: no se le pide al lector que marche en hilera, sino que se mueva en formas diversas, libres y un tanto caóticas, y así descubrir, o redescubrir, esa alegría física que nos brinda el movimiento de nuestro propio cuerpo. Es un libro ideal para bailarinas/es, e incluso para quienes no lo somos resulta divertido y ultrasatisfactorio perderse en esas páginas sin renglones, con textos que se mueven y aparecen en cualquier dirección y en todos los sentidos, con flechas que apuntan a todos lados e intentar hacerle caso al narrador cuando nos pide reptar, saltar, patinar, flotar, gatear o volar para un lado, para arriba, para el otro, para abajo, para allá, no, ¡para allá! ¡Para alláaaaa! (jaja, es desopilante el libro, y mucho más si uno lo escucha en la voz del autor [se incluye un código QR que lleva al audiolibro, con una lectura performática, no ultrafiel al texto escrito pero sí a su espíritu nunca inmóvil]).
Los movimientos del lector invariablemente lo terminan echando de la página, pero el narrador, paciente, le sugiere cada vez que vuelva al libro, que no se pierda sino que lo intente una vez más (aunque siempre con un tipo de movimiento distinto).
Mucho se podría decir sobre las derivaciones filosóficas de esta propuesta simultánea de lectura y movimiento, y seguramente lo hará (más adelante) gente que sepa de lo que habla (no como yo). Solo quiero comentar que, incluso si uno decidiera leer este libro en perfecta quietud, el libro se encarga de que esa misión sea imposible, pues si no nos movemos nosotros, igual tendremos que estar moviendo el libro continuamente, para poderlo leer.
Además, claro, uno muy fácilmente puede imaginar esta lectura puesta en acción en un grupo de personas, tanto niños como adultos, en una clase de educación física, en un recreo en la escuela, en una coreo en la plaza, en un juego de cumpleaños... Las posibilidades son incontables, tanto como las veces que el narrador indica, tajante: “¡Para allá!”, sin que el lector logre jamás hacerle caso del todo.
Un gran libro de Istvansch, que recomiendo que vayan a buscar como puedan, pero rápido. Yo lo vi, está para allá. No, ¡para allá!
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