Les comento sobre Los nombres prestados, de Verónica Sukaczer, en la colección Nube de Tinta, con la edición de María Amelia Macedo.
El tema del Holocausto en la Alemania nazi dio ya muchas grandes obras y otras no tan buenas. A veces uno se pregunta si ya está, si ya está todo dicho. Pero no. Solo por mencionar algunos ejemplos muy recientes, Está todo iluminado de Jonathan Safran Foer y El informe de Brodeck de Phillippe Claudel: dos novelas excepcionales. Y enseguida recuerdo una tercera: La linternita mágica, de mi genial amiga Sandra Siemens, en Edelvives (de allá de España, no estoy seguro de si acá ya lo publicaron también).
Y Vero Sukaczer, como gran escritora que es, aquí levantó el pañuelo y lo logró con todos los honores. “Los nombres prestados” es una hermosa novela, que encara con valentía el intento de narrar lo inenarrable, ese mal casi absoluto y a la vez banal (organizado como una banalidad, como un trámite eficiente desplegado en crueles formalidades) del que hablaba Hannah Arendt, esa capacidad humana para el mal que debemos comprender a toda costa, para permitirnos vivir en este mundo tan (en ocasiones) invivible: “La comprensión, en suma, significa un atento e impremeditado enfrentamiento con la realidad, un soportamiento de esta, sea como fuere” (dice Hannah en Los orígenes del totalitarismo).
A partir de una mínima mención de Primo Levi en La tregua sobre una novela de propaganda nazi, Verónica construye una historia que nos obliga a pensar (pero sobre todo, a sentir) la esencial relación entre nuestro nombre y nuestra identidad, y cómo, cuando ya no queda nada más por perder, alguien puede abandonar y cambiar su nombre en pos de conservar al menos la vida. Nina, una adolescente, encuentra en la biblioteca de su abuelo un librito nazi, y dentro de él, una serie de cartas que, como vamos descubriendo poco a poco a medida que se despliegan los capítulos (titulados con el nombre de quien narra en cada uno, a lo “Game of Thrones” [o a lo Faulkner, si les pareció muy chabacana la comparación, jaja]), develan una trama de identidades escondidas, suprimidas, evitadas, robadas, prestadas, cuando mostrar quién se es realmente, decir el nombre verdadero, equivalía a morir. Y a la vez, hay amor y muerte, como corresponde.
La novela se lee de un tirón y no es depre ni lenta ni nada por el estilo; tiene escenas memorables, como la de Sara explicándole a Nina el porqué de sus acciones durante la guerra, o Pedro cuando conversa de tú a tú con la mismísima Muerte. En fin, no quiero decir más para no espoilear, pero les aseguro que no se van a arrepentir de leer este libro. Recomendado.