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Presencia


Hoy, por norreseñar, norreseño doble, y les comento sobre dos libros de dos grandes autores: Presencia, de Franco Vaccarini (Ediciones SM, colección Gran Angular, editado por Florencia Gattari) y Expiación, de Ian McEwan (yo lo leí en inglés, Atonement, en edición de Vintage Books, pero en castellano debe conseguirse fácilmente también).

Y junto estos dos comentarios porque el año pasado casualmente leí ambos libros uno después del otro, sin saber de qué trataba ninguno de los dos, y ambos me sonaron increíblemente conectados; aunque luego le pregunté a Franco (yo soy así, me codeo con los grandes) si había leído Expiación, que es unos años anterior a su libro, y me dijo que no: la conexión es puramente casual.

No es que sean iguales los libros, no, nada que ver; pero hay un capítulo titulado “Expiación” en el libro de Franco, y ambas obras tratan (entre otras cuestiones) del sentimiento de culpa y el poder que puede tener la culpa sobre una persona y el desarrollo de su vida. En ambas obras, los hermanos y la niñez tienen que mucho que ver con la culpa. Y hay también, en ambas obras, fantasmas: unos fantasmas creíbles, “realistas”. Ambas son, cada una a su manera y con su estilo, novelas realistas sobre fantasmas y culpas familiares.

Si leyeron Expiación y Presencia, díganme si no tengo razón (lo que me pasa muy muy seguido, es altamente probable :) ). Si leyeron una, lean la otra y cuéntenme. Y si no leyeron ninguna de las dos, empiecen por el libro de Franco, que tiene más ritmo y no es tan largo.

Presencia nos muestra a Mateo, un protagonista en primera persona a mitad de camino entre la adolescencia y la adultez, conflictuado, tierno, indeciso, altamente querible (por momentos). En el primer capítulo, que es muy memorable (al igual que el último y ese que mencioné, el titulado “Expiación”), decía, en el primer capítulo, Mateo come una manzana y tras el primer mordisco advierte ahí cerca, en la forma de un pajarraco indefinible, una presencia. Una presencia sobrenatural, oscura, ominosa, terrorífica.

Desde ese momento la presencia, que tal vez “anida” en el propio interior de Mateo, lo rondará siniestramente a lo largo del libro, estorbándolo en sus diversas búsquedas (de independencia espiritual, laboral, económica y domiciliaria; de amor; de amor verdadero, de (es una cita) “reconciliarse con todas las cosas del cielo y de la tierra”, pues si lo logra, “el mundo será su amigo y nada podrá hacerte daño”. Y en el camino, uno remarca frases, dobla páginas, relee párrafos tan bellos. Una gran novela de Franco, no se la pierdan.

Expiación, por su parte, tiene la cadencia (lentona) y la densidad de una novela decimonónica, por momentos hasta de un policial de enigma, en la primera parte. En la segunda parte se cambia abruptamente de escenario, es casi una nouvelle de temática bélica, con soldados y bombardeos en trincheras penosas. Pero es la tercera parte, que transcurre mucho tiempo después de las dos partes previas, la que resignifica todo y lo da vuelta como una media, en una forma admirable. El capítulo final es realmente increíble, como el capítulo final de La hija del sepulturero de Joyce Carol Oates, algo que se sale del molde, inesperado, conmovedor.

Con lo cual quedan recomendadas ambas obras. Podrían no leerlas, pero ¿no se sentirían un poquito mal con ustedes mismos?


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