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Matilde


Hoy les comento (seré breve) sobre Matilde, primera novela de Carola Martinez Arroyo, recientemente publicada por Norma en la colección Zona Libre, con la edición de Laura Leibiker.

Es la historia de una niña de ocho años en el Chile de Pinochet, cuyo padre fue desaparecido por los militares. En la LIJ (literatura infantil y juvenil) se suele dar, en mi opinión, demasiado valor al tema de un libro, como si eso de lo que habla un texto literario (el qué) fuera tan importante (o incluso más) que la manera en que está escrito ese texto (el cómo). Para aquellos que sostienen esa idea, Matilde será entonces una novela necesaria, que toca de lleno y con firmeza un tema político histórico que es, en Chile, todavía bastante tabú (al menos en la LIJ).

Quienes se interesen (como yo) más bien en el cómo, apreciarán la forma en que está contada la historia, con un narrador en tercera “pegadito” a la protagonista, que cuenta la historia en escenas breves, cinematográficas, pero que respeta la ponderación de valores de la niña (para quien un osito de juguete o una figurita puede ser, en determinado momento, lo más importante del universo), a la vez que muestra la constante lucha, en la mente de Matilde, entre el mundo de la realidad y el mundo de la imaginación.

Y esa lucha (lucha afuera: los “pinochos” y los soldados que desaparecieron a su padre y persiguen a su tío y a las mujeres de su familia; lucha adentro: aprender las innumerables y confusas reglas del mundo adulto: qué hacer, qué decir en cada ámbito, cuándo mentir y cuándo no, cuándo callar, cuándo soñar) se refleja (ya lo decía Voloshinov), sobre todo, en las palabras: las que Matilde escucha por primera vez, las que confunde, aquellas de las que desconoce el significado, las que se usan para nombrar determinadas cosas en determinados lugares y no en otros, las que no hay que decir, las que hay que ignorar...).

Matilde tiene una sensibilidad para la palabra, navega en ellas a medida que el narrador va contando los sucesos de la trama, y ese ir y venir, avanzar y retroceder de la protagonista por las palabras enriquece la austeridad de la historia que se narra (y que es de por sí, por conocida, por terrible, tan emocionante como amarga).

Me gustó mucho la novela, en verdad. En el final, el penúltimo capítulo es ilustrado, solamente dibujos de la ilustradora PowerPaola, previo al capítulo de desenlace: muy bella la resolución mixturada entre imágenes y palabras.

Una novela que se lee muy rápido (es casi imposible dejarla) y que queda rondando la memoria. Creo que Matilde entrará con todo derecho a la lista de las buenas novelas juveniles sobre las dictaduras y sus efectos, como El mar y la serpiente (de Paula Bombara), Piedra, papel o tijera (de Inés Garland), Severiana (de Ricardo Chávez Castañeda), Piedra libre (de Jorge Grubissich). Una agradable sorpresa de una autora “nueva” (que desde hace mucho conocemos como lectora, promotora de la lectura y crítica literaria).

¡Recomendado!


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