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Ema y el silencio


Hoy les comento norreseño sobre Ema y el silencio, de Laura Escudero, ilustrado por Roger Ycaza, publicado por el Fondo de Cultura Económica en México pero para todo el continente.

Con esta obra, Laura ganó el Premio Hispanoamericano de Poesía para Niños 2015. Eso en sí no significa mucho (en ningún premio hay que confiar a ojos cerrados), pero ganar un premio así implica la publicación y la difusión, lo cual en poesía es algo siempre difícil: en este mundo loco, es más fácil (mucho más fácil) publicar una novela mediopelo que unos poemas muy buenos. Es sabido, dirían los dothrakis.

Conocíamos a Laura por su prosa: es una de las mejores autoras de nuestra generación. Es sabido también. Encuentro con Flo sigue siendo mi novela favorita entre las ganadoras del Premio Barco en la Argentina. También fue premiada con El rastro de la serpiente, y cada libro de Laura nos sorprende con el intenso trabajo poético de la prosa, con el cuidado trabajo en la palabra. Por eso no sorprende que le haya ido tan bien con su primer poemario (el primero que sepamos, al menos).

En el comienzo del libro, el primer poema (“Ema salta”) y la primera imagen plantean magistralmente el arte poética del libro: la existencia de un mundo más allá de lo evidente, una música a la que es necesario acceder a través del silencio y de un acercamiento infantil (no necesariamente niño: sí más directo, más inocente, despojado de nuestras adultas capas de conceptos); y Ema salta hacia ese silencio, se adentra como Alicia en ese mundo donde no sabe qué le espera, pero que callada y urgentemente la llama.

Hay un silencio en el silencio

que guarda

la música del mundo.

Murmullos de mar

en el fondo oscuro

de las caracolas

—y en lo profundo—

sinfonía de peces

aguavivas

sombras de gaviota.

En la noche hay grillos,

una luna que a su modo canta.

Hay en el silencio un silencio

que guarda

la música del mundo:

la siesta borda

el camino a las amapolas

y a las libélulas.

Ema salta

del silencio

al mundo que flota

detrás de las palabras.

La imagen que acompaña este poema es una bella medusa voladora, en un cielo mar celeste, con pececillos y hojas otoñales que la rodean, y con el cuerpo hecho de noche con luna. Una medusa que Ema ve y que funciona como llave a ese mundo que flota tras las palabras, y que le irá permitiendo, poema tras poema, encontrarse con la naturaleza de una forma nueva: una abeja, un árbol,un insecto, una lagartija, un pájaro, un camino son eso que son pero son también mucho más, son las palabras que se entrelazan en sus colores y movimientos, y Ema va viajando por ellos, silenciosa para escuchar, atenta para ver y sentir y preguntarse y reconocer.

Cuando termina su viaje (esto es poesía, así que no acepto acusaciones de espoileo), en el poema final “Ema regresa”, al anochecer, aún rodeada de las imágenes y sonidos de la naturaleza que vivió en ese largo día de sol, y trae consigo semillas: la posibilidad de hacer renacer un mundo nuevo de palabras nuevas, nacidas de ese activo silencio en contacto con el mundo natural.

Ema regresa al silencio en el silencio

que guarda

la música del mundo:

en una tetera,

en los bolsillos,

en el corazón oscuro de una naranja.

Ema trae entre las manos

semillas nuevas

para que broten nuevas las palabras.

En fin: son hermosos, los poemas. No se los pierdan. Aun los que son, como yo, lectores de novelas sobre todo (abrigados), deberían saber que no se puede andar por la vida sin recibir un poco de poesía. Hay que saber escucharla, a la poesía: hay que saber meterse en los intersticios de sus silencios, como hace Ema, y rescatar de allí la piedra brillante del agua viva. Pero vale la pena, claro que sí.

La edición del FCE es preciosa, como acostumbran: un libro bello bello. Las ilustraciones de Ycaza aportan mucho para ello: Ema es encantadora, morena, alegre, y el mundo por el cual navega es a la vez colorido (en una paleta de colores intensos pero no estridentes, casi sin blanco ni negro en todo el libro) y levemente difuminado, como si lo viéramos tras un levísimo manto de neblina, como si mostrara (así lo plantean los poemas) un mundo detrás del mundo, al que hay que acceder entornando los ojos, descorriendo un sutil velo en nuestra mirada de todos los días sobre el mundo de siempre.

Recomendado.


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