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Esta novela de Mario Méndez salió recién recién (Loqueleo, abril de 2017, con dirección de María Fernanda Maquieira y edición de Lucía Aguirre y Clara Oeyen); si visitan la feria del libro de Buenos Aires, no olviden buscarla, porque vale la pena.

Mario nos cuenta la historia de Pedro, un chico dediecisiete años al que un llamado urgente lo saca del aula: a su abuelo le pasó algo grave, está en el hospital (en el Policlínico Bancario justo, el hospital que tengo a cuatro cuadras de mi casa, frente a Plaza Irlanda).

Pero no es solo su abuelo: es una de las personas que más quiere en la vida (“Sabía que yo vivía con mi mamá y con mi abuelo. Sabía que el abuelo era como mi viejo, más que mi viejo”), por lo cual que su abuelo José esté en el hospital y con la salud comprometida trastoca por completo la vida de Pedro, en especial cuando en los pasillos del hospital conoce a Marina, una chica un poco más grande que él, hija de una terapeuta que trabaja en el hospital.

La salud del abuelo y su tratamiento; la amistad (¿o algo más?) con Marina; la compleja e insana relación ex-relación de ella con su ex-novio, un motoquero golpeador; el gusto por la música (Pedro y su amigo Oliva quieren desde hace mucho formar una banda, pero aún no lo lograron); el amor del abuelo por su antiguo auto Chevy… todo esto se va modificando y transformando minuto a minuto al desarrollarse la trama, y Pedro, al igual que los demás personajes (un conjunto amplio de diversos personajes secundarios muy bien trazados) a los tropezones y lentamente, pero siempre avanzando, como ayudados por un andador de esos que ahora necesita usar el abuelo, un zimmer. Hay furia, hay amor, hay golpes, hay música, hay proyectos.

La novela tiene un ritmo muy fluido y te lleva te lleva, está estructurada de manera que es casi imposible dejar de leer.

Además, me pasó algo con esta novela, algo que probablemente no le sucedió (espero) a la mayoría de los lectores niños o jovencitos que la lean: yo, en algunos (largos) momentos de mi vida estuve ahí, como Pedro, en los pasillos y las salas de un hospital, con una persona muy querida ahí internada. Sé lo que se siente, y sé que lo que siente Pedro es verdadero, por más que él sea un personaje de ficción.

Quizás por eso (y por lo bien que está escrita) la novela me enganchó de entrada, me conmovió y no me largó hasta la última página, y el libro se me hizo corto, hubiera querido tener más páginas para seguir conversando mentalmente con esos personajes queribles y creíbles.

En síntesis: novela recomendada.


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