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Koi


No se puede confiar en los premios literarios: es sabido, dirían los dothrakis. Porque hay libros premiados que no son buenos, y otros que sí, y otros que más o menos, y otros que son buenos pero no fueron premiados o autores geniales que ni siquiera quisieran participar de ningún concurso. El premio sirve, en todo caso, para enfocar un libro e iluminarle el camino para que llegue hasta un lector; pero es ese lector (cada uno) quien debe decidir qué onda, con ese libro en particular, más allá de que le haya gustado a unos jurados que uno casi nunca sabe quiénes fueron, pero que son diferentes cada vez.

¿A qué viene este innecesario blablablá? A que hoy, en la Feria del Libro, le entregan a este autor, Ezequiel Dellutri, por esta novela, Koi, el prestigioso premio Norma, en su versión de literatura juvenil.

Y a que en este caso, por suerte, el premio ha caído, como se suele decir del Gordo de Navidad, en buenas manos, pues Koi (editorial Norma, colección Zona Libre, 2018, con dirección editorial de Laura Leibiker y edición de Virginia Ruano) es una novela que lo merece, muy bien escrita, que se lee de un tirón (no es muy extensa), con una voz narrativa bien definida y atractiva.

(Digresión: hoy me voy a perder el evento de la entrega del premio, porque en ese mismo horario tengo que estar en otra entrega de otro premio pocos metros más allá…).

La narradora, Laura, es una adolescente grandota y fea (al menos, ella se percibe así), que la pasa mal en el colegio y fuera de él, que sufre por la ausencia de su padre, que es hija única y vive con su madre (ilustradora de libros), que una vez se cortó la muñeca, que encontró en su casa un cedé de Charly García e imaginó que era algo que había dejado su padre y desde entonces escucha rock nacional como un intento de conectarse con ese padre que nunca estuvo.

Este personaje me sinapseó, inevitablemente, con Rafaela, de la novela homónima de Mariana Furiasse (de quien norreseñé Rafaela iluminada, en este blogcito). Pero las voces de Rafaela y de Laura son bien distintas, y las novelas van hacia lugares bien diferentes. Koi es una novela de autoconocimiento, y ese viaje de Laura va desde conocer a su padre (cuando ya no hay manera de conocerlo, porque se fue definitivamente) hasta conocer a su hermano Julián, un hermanastro del que nada sabía, y descubrir que él sufre de un trastorno autista leve que le impide relacionarse con las demás personas en una forma “normal”. Julián se pasa los días frente a su pecera, y esos peces (de los que es todo un experto) son su mundo entero. Pero poco a poco, a los saltos e insospechadamente, Laura y Julián van estableciendo una relación en la que se intercambian peces y canciones de rock, y a través de cercanías cautas y alejamientos bruscos, irán conociéndose (y autoconociéndose) un poco más. Y me callo, para que no me acusen de espoileo.

La novela aparece pespunteada de temas de rock nacional, por lo que se puede armarse un espotifái o algo así y seguir la historia mientras se escuchan esas canciones (salvo que uno tenga sus años, como yo, y ya se las sepa de memoria).

De hecho, algunas de las escenas más lindas del libro aparecen alrededor de esas canciones, integradas tan de lleno y tan a gusto en la trama como los pececitos de colores en sus cuarenta litros de agua templada.

En fin, resumo: una novela no pretenciosa, bellamente escrita, con una historia sencilla pero tierna y personajes queribles y creíbles: un libro premiado al que vale la pena premiar con nuestra lectura.

O sea: recomendada.


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