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Todas las tardes de sol


Esta novela fue publicada por Loqueleo en 2017, bajo la dirección editorial de María Fernanda Maquieira y con la edición de Lucía Aguirre y Clara Oeyen; fue elegida como mejor novela juvenil en la más reciente edición del premio Destacados de Alija.

Es, y no es, continuación de la novela En la línea recta (Norma, 2007): en aquel libro acompañábamos a Damián, un chico cuyo padre acaba de morir, y a su familia (madre, hermano) en los sinuosos y difíciles días y meses del imposible duelo y cómo cada uno lo va sobrellevando, mientras Damián consigue trabajo (disfrazado de Pantera Rosa en un trencito de la alegría) y se refugia en el rock y, quizás, en el incipiente amor hacia Bob Esponja (es decir Laura, la chica que se disfraza de Bob Esponja en el trencito).

Es y no es, porque este libro está protagonizado por un Damián que muy probablemente es el mismo, y le sigue gustando la música y su papá sigue tan muerto como antes, pero esta novela puede leerse perfectamente sin haber leído aquella.

Damián conoce, de pura casualidad (él toca un timbre equivocado, ella lo confunde con un plomero), a Julia, una chica con la que comparte el gusto por la música. Damián se atreve a mostrarle a Julia las canciones que compone; Julia canta espectacularmente. Y así, pronto deciden formar una banda de rock (que terminará llamándose como el título de la novela).

Paralelamente, Damián comienza una relación romántica con Ana, una compañera del colegio, y aunque con Julia “no pasa nada” en términos románticos (al menos, no declaradamente), se establece entre ellos una especie de triángulo amoroso, mientras surge la oportunidad de que la banda Todas las Tardes de Sol realice su primer recital en vivo.

La música es un eje que atraviesa todo el libro, incluso desde los títulos de los capítulos, y hay letras de canciones y muchas referencias musicales: esta historia siempre está sonando, en palabras y en acordes.

Lo que se cuenta es simple, tan creíble como los personajes, y aunque no sucede ningún cataclismo ni hay crímenes ni explosiones, uno no puede despegarse de las páginas hasta llegar al final de la novela (que llega cuando tiene que llegar pero a la vez demasiado rápido, uno querría seguir leyendo un poco más), mientras acompaña a Damián en sus idas y vueltas, sus preguntas casi siempre sin respuesta, su crecimiento (doloroso a veces) y sus quizás aprendizajes.

Otra gran novela de Martín Blasco, que seguramente disfrutarán tanto como yo. No se la pierdan.

Recomendada.


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