Como vengo de norreseñar un texto inquietante, me dije: vamos a hacer una miniserie de comentarios sobre textos inquietantes “para niños y jóvenes” (las “comillas Rivera” son para indicar que esa categoría es, en mi opinión, editorial, no literaria: lo que define a un texto como infantil o juvenil es una decisión del editor y de otros mediadores, no una/s característica/s del texto).
Hoy les hablo sobre La jaula, texto de Germán Machado (de quien ya norreseñé en este blogcillo Separaciones mínimas y ¡Baja de esa nube!) e ilustraciones de Cecilia Varela, publicado por Calibroscopio en 2018, con la dirección editorial de Judith Wilhelm y Walter Binder.
Este libro recibió hace poquito el prestigioso premio Cuatrogatos, como uno de los mejores libros LIJ del año en lengua castellana. Y está muy merecido.
Es, como anticipé, un libro inquietante. En este breve comentario habrá un poquito (mínimo) de espoileo, pero por supuesto que eso no tiene la menor importancia aquí, no es un policial de enigma después de todo: podrán leer el libro igual, se los prometo.
“En el principio fue una jaula”, empieza el texto, y vemos a Nil, un niño que encuentra una jaula entre los cachivaches del cuarto de los trastos.
Y a partir de allí, nace en Nil una idea imperiosa, casi una necesidad: encontrar un animal (un hámster, en este caso) para meter en la jaula. “Una jaula salió en busca de un pájaro”, escribió Kafka alguna vez (y lo recordó María Cristina Alonso en su excelente reseña sobre este libro, en su blog La biblioteca de Cristina).
Los padres de Nil no quieren saber nada, intentan desalentar el capricho enjaulador de su hijo: “Los animales enjaulados se mueren”, le explican. Pero Nil está empecinado en conseguir un habitante para su jaula. Y lo consigue, aunque con un resultado, no por previsible, menos doloroso.
Y con un final (que no contaré) tan dark como inquietante, en el que alguien cava un hoyo en el jardín y Nil puede reconocer que algo no estaba funcionando bien en su idea inicial. Es curioso cómo es verosímil que un niño reflexione y “evolucione” individualmente en su pensamiento, pero una sociedad (la nuestra o cualquiera) no puede, en su conjunto, superar ninguno de los pensamientos que ya deberían (imaginamos inútilmente) estar hace tiempo ya superados, como la xenofobia ultranacionalista, la negación del otro como ser humano o el punitivismo a ultranza para el más desprotegido.
Las ilustraciones de Cecilia Varela, en lápiz y/o acuarela (o se ven así al menos, perdón si no es exacto lo que digo, no soy experto) funcionan perfectas con este texto, y van armando junto con las palabras un clima donde las antítesis se destacan y confrontan: adentro/afuera, luz/oscuridad, enojo/alegría, vida/muerte, libertad/encierro. La tapa del libro, por ejemplo, muestra a Nil de espaldas, asomado a la ventana de su cuarto; no hay jaula alguna, todavía, pareciera. Pero en la contratapa vemos la misma escena, desde afuera: vemos a Nil de frente ahora, mirando por la ventana... que tiene la misma forma que la jaula que aparece en la historia. Vemos ahí, a partir de una imagen, cómo la jaula no es tan solo un objeto, ni es una sola: es alegoría y es idea, y aparece incluso donde no lo sospechamos.
En fin: un libro que te deja muy pensando, bello, filosófico, inquietante y bastante terrible. ¿Para niños? Claro que sí: también para niños.