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Nada

Me referiré aquí a la novela Intet (“Nada”), de la autora danesa Jane Teller, publicada en 2000 (en castellano, recién en 2012, por Seix Barral), y no a su homónima Nada de Carmen Laforet, una gran novela catalana de 1945 sobre una chica que llega a Barcelona para estudiar y se aloja con sus exóticos y oscuros parientes en una casona; hoy sigue siendo interesante leer Nada, aunque su ritmo resulta algo pausado para los estándares actuales, y si bien podría ser leída por adolescentes, calculo que pocos se engancharían de verdad con el libro.

Pero esta otra Nada, la de Teller, sí fue escrita como LIJ y, al menos en sus primeros años, circuló como literatura juvenil, hasta que comenzó a ser prohibida como LIJ (así, a lo bruto) en varios países, a medida que iba ganando lectores y comenzaba a ser traducida y a convertirse en un best-seller.

En castellano ya tiene ocho años de circulación, así que fue bastante leído, este libro, aunque eminentemente por lectores adultos (el libro aquí fue publicado para adultos, no hay dudas sobre eso [miren arriba la tapa del libro, si dudan]; si se propuso su difusión en los colegios, eso claramente fracasó, al menos hasta ahora). Y si bien podría considerarse casi un clásico de la LIJ actual, sería un poco temerario proclamarlo, en tanto esta novela vive exiliada en la Frontera de la LIJ y (al menos por estos lares) casi nunca fue leída por niñes y jóvenes. Los mecanismos de censura funcionaron a la perfección, como de costumbre: fíjense que, aunque en 2012 se anticipaba una gran “polémica" por la publicación de este libro, lo cierto es que pasó bastante desapercibido en el mundo de la LIJ en castellano, excepto para especialistas, mediadores y blogueros (adultos). Y quizás algunos de quienes me leen aquí ni siquiera lo hayan oído nombrar (aunque seguramente varios/as ya lo leyeron).


Una mínima síntesis de lo que se cuenta: Pierre Anton, un chico de trece o catorce, descubre un día que la vida humana no tiene sentido y que, por lo tanto, nada importa nada. Decide entonces subir a un árbol (un ciruelo) y, como el barón rampante, ya no bajar de allí, y repartir su pesimismo nihilista a sus compañeros que se acercan o pasan por la vereda camino al colegio. La prédica de Pierre pronto hace mella en el ánimo de sus compañeros, que empiezan a pensar si no tendrá razón. Para convencerlo de su error (y para autoconvencerse), deciden demostrarle que sí hay cosas que tienen sentido y que son importantes. ¿Cómo lo hacen? Deciden que, uno por uno, cederán algo que sea muy importante para cada uno, y que lo reunirán en un montón, una “pila de sentido” que, al ser vista por Pierre, le demostrará más allá de toda duda su error: hay cosas que valen, que significan, que dan sentido al mundo. Pero lo cierto es que nadie daría, de buena gana, algo que realmente fuera importante para él mismo, así que los chicos deciden un procedimiento escalonado: por turnos, cada uno/a elegirá a un/a compañero/a y decidirá cuál será la ofrenda de ese compañero/a (que no podrá negarse a aportar lo que se le exigió dar). Así, obligan a Sebastián a dejar en la “pila de sentido” su caña de pescar, y luego Sebastián pide la adorada pelota de fútbol de Richard, y Richard pide los aros verdes de Laura, etcétera, en una retahíla que se vuelve una espiral: cada vez los “tributos” se vuelven más terribles (la crueldad humana aflora y se envalentona día a día) y en los últimos turnos de la pila se exigirán cosas tan drásticas que habrá palizas, robos, violaciones, destrucción de propiedad pública, maltrato animal, mutilaciones y, hacia el final del libro, incluso los peores tabúes de la LIJ: el asesinato (cometido por los propios niñes) y, por si faltaba algo, un gran incendio. No le faltó nada en Nada, a la danesa.


Antes de eso, los adultos (que venían siendo homogéneamente ausentes en todo el proceso) descubren lo que los chicos están haciendo pero, en lugar de intervenir (para bien o para mal) en la búsqueda de significado, ofrecen comprar la pila de sentido para exponerla en un museo. Y si bien algunos argumentan que la enorme suma que les pagan por la instalación demuestra que significa algo, otros pronto temen lo contrario: que el hecho de haberle puesto precio a eso que hicieron le quita toda pretensión de verdadero sentido e importancia. Y Pierre terminará (quizás) bajándose del árbol, aunque convencerlo de su error no será nada sencillo.

(Las tapas de las ediciones alemana e inglesa del libro sí intentaron al menos darle un aire juvenil. Ambas muestran la "pila de sentido" y una, los pies colgantes de Pierre mientras está subido a la rama del ciruelo.)


El libro está bien escrito (aunque no en una prosa deslumbrante, al menos en la traducción disponible) y el clima de creciente inquietud está bien construido. El verosímil está atado con alambre en varias partes, pero eso no importa mucho (quizá no importe nada), pues en realidad esta novela es como una fábula, como un cuendo de hadas amargo y nihilista pero que, cuando uno termina la novela, resulta de un curioso optimismo: no nos dan ganas de subirnos a despotricar arriba de un ciruelo, sino de reconocer, en nuestras propias vidas, eso que sí tiene importancia esencial y que podríamos (pero no querríamos) poner en un montón para dar sentido al mundo.


Un libro que se conecta con otros grandes clásicos juveniles de la Frontera, como El guardián entre el centeno de Salinger y El señor de las moscas de Golding, y que vale la pena releer o descubrir. Pero no me agradezcan, así me evito responderles: de nada.

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