Este libro de Isabel Vassallo fue publicado por Paidós hace pocos meses.
No suelo comentar libros de teoría en este blog, pero sí leo algunos, cada tanto. Y a este libro tenía que comentarlo sí o sí. No porque conozca a Isabel y ella haya sido, en mis años como alumno en el profesorado Joaquín V. González, una profesora excelente e inolvidable. Tampoco porque siga siendo una amiga, una de las docentes admiradas y queridas con las que aún converso y me encuentro cada tanto, aunque ya hayan pasado décadas desde mi cursada en el profesorado. Ni siquiera porque el libro esté dedicado a mí (bueno, no, no únicamente a mí; la dedicatoria de Isabel es “a quienes fueron mis alumnas y alumnos a lo largo de tantos años”, y yo soy una de esas muchas personas; también está incluida en la dedicatoria Adriana Fernández, flamante directora editorial del grupo Planeta [que incluye, entre otros sellos editoriales, a Paidós], quien fuera también alumna de Isabel y motorizó la publicación de esta obra).
Si siento el deber de comentar este libro es porque me parece una gran obra, y pensaría lo mismo si no conociera a la autora. El conocerla me llevó, sí, a conectarlo en mi mente con aquellas clases casí míticas en el Aula Cero del viejo edificio (prestado) del Joaquín, en Once, donde yo, un alumno entusiasta pero bastante perdido, empezaba junto con mis (casi todas) compañeras a estudiar las materias del primer año y entre ellas, las dos más temibles, por motivos diferentes, eran Latín I y Teoría Literaria. O quizás por el mismo motivo, en el fondo: Latín y Teoría eran materias difíciles sobre cosas de las que no teníamos la menor idea. Teoría Literaria era, incluso, considerada la más difícil, de forma que era frecuente que los estudiantes la recursaran, incluso más de una vez, o que demoraran su aprobación hasta límites insospechados, juntando (hasta la frontera impuesta por las correlatividades) el aprobar esa materia de primer año casi con el horizonte de la graduación.
Yo fui prolijo, aprobé Teoría al final del año (eran materias anuales, las del profesorado). La aprobé, porque hice los trabajos razonablemente pasables y respondí las preguntas más o menos bien, pero lo cierto es que no la entendí, a la materia. Entendía poco, la verdad, de lo que escuchaba y estudiaba en esas clases con la profesora Vassallo. A algunas cosas las fui entendiendo en los años siguientes. A algunas otras, cuando me recibí. A algunas más, años después, cuando empecé a escribir literatura más intensamente. Y hay algunas cosas que sospecho que ya no voy a entender nunca.
Pero ese no entender no tiene que ver con Isabel y su desempeño docente, no, todo lo contrario. Lo que sucede es que la teoría literaria es compleja. Es el intento, loable y titánico, de analizar y comprender mejor esas obras artísticas hechas de palabras, de sonidos, de aire y sentidos; eso que llamamos literatura, en todas sus variantes y sus múltiples facetas. Isabel fue siempre una docente lúcida y atenta a explicar cada cosa con claridad y sencillez; pero también con la rigurosidad necesaria para transmitir con exactitud los conceptos que, en esta área, son a menudo arduos, ultraabstractos a veces, o complejos de poner en práctica.
Analizar una obra literaria no es, como dijo Alejandro Zambra hace poquito, “un triunfo de la pedagogía y una derrota de la literatura”. Claro que no es imprescindible analizar una obra para leerla; pero comprender algo, analizarlo, te lleva a ver más, te ayuda a entender mejor, e incluso te puede permitir disfrutar de una obra literaria en una forma diferente (o más completa) del disfrute primordial (y hermoso, claro, no lo niego) de una lectura simple. Por eso la teoría literaria es amiga de la literatura y este libro, estas clases de teoría literaria deberían ser una lectura ineludible para toda persona que estudie literatura; o incluso para quienes, sin estudiar, quieren comprender un poco más, quieren acercarse a la literatura con curiosidad, por puro gusto.
Ser un gran docente no significa poder escribir bien (así como escribir bien no implica que puedas enseñar a otros humanos aquello sobre lo que escribiste); por eso me maravilló comprobar que este libro está hermosamente escrito, con la rigurosidad y densidad conceptual que el tema exige, pero con una prosa fluida y siempre clara, que no se va por las ramas, que no da vueltas sobre sí misma ni suelta el agarre de lo que estaba buscando decir, sino siempre sustanciosa y limpia. Ir por estas páginas se siente como recorrer un camino, y por más que los capítulos estén organizados por conceptos y por corrientes de pensamiento (como podría estar organizado un manual, un libro de texto), Isabel consiguió realizar lo que se propuso al pensar este libro: que fuera un “poner por escrito ese discurso que circula en las aulas, efímero, volátil, a la vez capaz de dejar marcas inquietantes y profundas tanto en docentes como en estudiantes. Ese discurso es el de la clase (...)”. Este libro consigue, sí, dar cierta perdurabilidad a esa praxis docente, a través de la forma en que está escrito: como una explicación devenida en conversación, en espiral dialéctica.
Es un libro largo, sí, pero a la vez es bastante corto, con sus 300 páginas, para lo monumental que significa, como obra: leerlo fue para mí asomarme al abismo de décadas de docencia, concentradas en un puñado de capítulos bien delineados sobre las teorías de la ficción, el formalismo ruso, la escuela de Praga, el Círculo de Bajtín, Barthes, las teorías de la lectura...
Y aún hay más: lo que de verdad completa este libro y le da un carácter realmente único es que no termina ahí donde lo vemos, sino que se complementa con una extensión digital, de unas cien páginas, en la que para cada capítulo se presenta el análisis de una obra literaria puntual. Ese anexo no es un anexo: es el corazón del libro, más bien: el órgano que mueve esa sangre que el libro acumuló y la pone a circular en textos literarios reales (un poema de Pizarnik o de Ursula Le Guin, un cuento de Silvina Ocampo o de Borges, una novela de Sara Gallardo o de Roa Bastos, y muchos más) que son analizados con delicadeza y profundidad, para que entendamos (por fin) que la teoría literaria vive a través de los textos, y puede fluir por ellos sin necesidad de resecarlos ni quitarles el aliento.
Para finalizar con uno de mis conceptos favoritos de teoría literaria, diría que el principio constructivo de este libro, entonces, ese seguir las huellas de una experiencia docente, se realiza en el cruce entre los capítulos del libro base y los análisis incluidos en el anexo.
En fin: un gran libro, recomendado si les gusta leer ficción, y recomendadísimo si son (o fueron, como yo, alguna vez [y para siempre]) estudiantes de literatura.
Oh, una de mis profes preferidas del Joaquín, Seba. Esa misma perpejlidad ante la materia y sus aportes sobre mis trabajos no los olvidaré nunca. ¡Iré por él con alegría!
Comparto el comentario (una no-reseña, como le gusta llamarlas) que Sebastián hace sobre mi libro Clases de Teoría Literaria. Huellas de una experiencia. (Paidós, 2022). Por supuesto que me da una gran satisfacción que comente mi trabajo en estos términos, pero además creo que es hacer justicia a su lectura lúcida y generosa compartirlo. ¡Gracias, una vez más!!