Este libro de poemas de Diana Masini fue publicado en Neuquén este año (2024), con edición de Mariana Finochietto y diseño e ilustración de Milagros San Martín.
Como lo explica escueta pero exacta biografía en la solapa del libro, Diana es médica de profesión y a ella le gusta escribir: Diana es escritora. Este es su primer libro de poemas.
Empiezo a comentar lo a priori menos importante, la edición. Porque muchas veces, la edición termina siendo como una especie de carcasa tosca, un tupper que solo sirve para transportar los textos: bueno, aquí no. Esta edición es realmente hermosa, llena de pequeños detalles que aportan belleza al objeto libro, desde el papel elegido, las guardas, las tapas en cartoné con sobrecubierta, las portadillas de las partes del libro (con hojas de papel vegetal que superponen dibujos de hojas de plantas sobre esas portadas), las pequeñas viñetas con motivos vegetales pero utilizadas con mesura, y el muy amable detalle de una hoja real de planta de jazmín en mitad del libro, un elemento que establece que la conexión con el jazmín y el jardín no está hecha solo de palabras, sino que tiene un correlato físico, que ese jardín-jazmín está allí, existe, aunque nosotros no lo podamos ver en este preciso momento salvo por la metonimia de esos poemas brotados a su sombra.
Porque el eje de este poemario es el jardín. Lo que no significa, para nada, que los poemas sean todos sobre un jardín: el mundo vegetal establece con la poeta una conexión (compleja y a veces inasible, como suelen ser las conexiones entre los seres vivos) y provee un lugar, un espacio a partir del cual las palabras nacen, fluyen y crecen, y mientras a veces se mantienen ahí, cerquita, rodeando a una hormiga o la luz entre las hojas, otras veces viajan muy lejos a recuerdos, a pensamientos de amor, de dolor, de sensaciones y sentimientos a los que es difícil dar un nombre exacto.
Entré al templo
en penumbras
Frente al sagrario
sentada en el piso
con las manos unidas
ofrecí.
Tantos corazones
eran rojos, minúsculos,
latían a destiempo. (…)
(En el poema “Plegaria”)
Se nota en estos poemas la influencia de Mariana Finochietto (excelente poeta a quien sigo también, de quien comentaré seguramente algún libro pronto), en el tomar un elemento pequeño, un instante del mundo para sostenerlo entre las manos y vestirlo de sonidos y ritmo hasta que signifique lo que es en su esencia más profunda, y más, y otra cosa.
Una hilera de hormigas
atraviesa la cocina
con su carga a cuestas.
Ordenadas.
Sigilosas. (…)
Aquí
de un lado a otro de la mesa
esta insolente distancia
dónde los anhelos
dónde las palabras
las esparcieron
a la vera del jardín
las hormigas.
(En “Hormigas”)
Y al avanzar en la lectura, al leer este poemario todo de corrido, como si fuera una novela (que es la forma en que me gusta leer los poemarios cuando están armados, como este, con un eje que los cohesiona) a uno le queda la sensación de haber conocido una voz amiga, una vida diferente de la nuestra pero no tan diferente, un manojo de sueños y recuerdos que ahora nos siguen, un jardín que no es el nuestro pero un poco, ahora, sí lo es.
El hombre de mi sueño no era
apuesto.
Se acercaba despacio.
Olía a tabaco.
Tenía espaldas anchas.
El saco era azul
como vos nunca usaste.
Pero su abrazo
era de una ternura
que reconocí.
¿Eras vos acaso
después de estos años
de irte lejos? (…)
(En “Sueño”)
En fin, no quiero extenderme demasiado. Si pueden encontrarse con este libro, no lo dejen pasar de largo. Recomendado.
Ella llega
con jazmines
trae el perfume
de las flores blancas
se deja caer
me envuelve
deliciosa y suave
como un pétalo
ella llega
el olor de su cuerpo
roza mi piel
su boca sopla
un hilo de sol
queda en mis labios
florece.
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