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En busca del tiempo perdido

Esta saga in-LIJ ya centenaria fue escrita por Marcel Proust entre 1908 y 1922 (año en que murió); consta de siete libros, de los cuales los cuatro últimos fueron publicados tras la muerte del autor. Si bien es considerada una obra fundamental en la literatura francesa y un clásico de la literatura universal, es famosa la anécdota de que el original de Proust fue rechazado por diversos editores (cuando escuché la anécdota yo, lo habían rechazado en catorce editoriales, pero imagino que el número es muy variable) antes de ser aceptado, medio a regañadientes, por Gallimard, decisión que se mostró acertada cuando el segundo tomo ganó el prestigioso premio Goncourt (con polémica, pero lo ganó) y poco a poco, entre los detractores feroces de Proust fueron apareciendo las voces que lo valoraron y distinguieron como un gran autor.


Uno entiende a esos editores, eh. Yo editor francés de un siglo atrás muy probablemente habría rechazado también esta obra, interminable y morosa. Cuando le dieron el Goncourt, argumentaron que Proust “estaba adelantado cien años a su época”, y curiosamente podríamos decir que sí, que en los últimos años, con las literaturas del yo y el auge de la autoficción, los lectores actuales estamos un poco más preparados para aceptar a Proust y a esta saga en la que pasan pocas cosas (aunque a la vez pasa un mundo, una época entera) y donde lo principal que se cuenta son los pensamientos y sensaciones de un narrador sin nombre que se enamora (a su manera) de alguien (Albertina) a quien sabe que nunca llegará a conocer de verdad. O sea, digo “un poco más preparados”, porque igual hay que proveerse de un buen tiempo y una buena cuota de ganas y paciencia, para encarar los siete libros (o los nueve tomos, según la edición) y las más de 3.500 páginas que lo forman.


Además, y principalmente, está maravillosamente escrita, esta obra. La prosa de Marcel es única, y tiene una fluidez y un estilo incomparable, una languidez asmática en la que las palabras navegan para incrustarse en nuestras mentes como virus persistentes. A los tomos 3 y 4 les sobran, en mi opinión, unas 300 páginas a cada uno, pero salvo eso, cada uno de los siete tomos es un espectáculo. Se va contando, con una demorada intención, la vida del narrador (nunca se dice su nombre) y su búsqueda de ser escritor, su búsqueda de hallar la persistencia indefinida de los recuerdos, su búsqueda de hallar el amor... Y cómo va fracasando minuciosamente en todos sus proyectos. Uno no simpatiza especialmente con el narrador, pero a medida que lo vamos conociendo, no podemos evitar encariñarnos un poco con él, por más que nos demos cuenta de que no coincidimos casi en nada con su forma de pensar ni con sus opiniones. En el medio, una época, una gran ciudad, un pueblo costero, el caso Dreyfus, la homosexualidad (masculina y femenina) como secreto y tentación, los modales y prejuicios burgueses, la aún poderosa nobleza, las vacaciones, los celos más terribles, la muerte, el recuerdo y, en suma: todo eso que nos hace, eso que somos.


Los siete libros son:

1. Por el camino de Swann. Como la mitad del libro cuenta el episodio semiautónomo del amor entre Swann y Odette, y en el comienzo está la famosa intro de la madalena mojada en el té (la madalena igual ocupa solo cuatro páginas de las cincuenta del primer capítulo), muchas veces se lee este tomo solo, sin seguir con los demás: y está bien, es posible. Vale la pena.


2. A la sombra de las muchachas en flor. El narrador conoce, en Balbec (una ciudad de veraneo inventada) a Albertina y a sus amigas, y se siente increíblemente atraído por ellas (y por sus misterios y secretos).


3. El mundo de Guermantes. Este libro y el que viene son los más largos y los únicos por momentos plomíferos (al menos para mí), porque se pasan cientos de páginas contando cómo son las charlas en los salones parisinos, las discusiones sobre el caso Dreyfus, las complejas relaciones sociales y económicas entre la burguesía y la baja nobleza... Creo que si volviera a leer esta saga (quizás lo haga alguna vez), a este tomo y al siguiente les saltearía algunas partes. Igual, todo escrito como los dioses, eh, ya quisiera yo escribir aburrido así.


4. Sodoma y Gomorra. Sigue la onda del tomo anterior, con la ventaja de que aparece mucho más Albertina (el mejor personaje de la saga, lejos) y toma relevancia su relación con el narrador. A este libro ya no lo vio publicado, Proust, pues murió antes.


5. La prisionera. La prisionera es Albertina, claro, que se casa finalmente con el narrador. No voy a espoilear nada, pero este libro y los dos que le siguen son muy geniales. Al no haber llegado a revisarlos Proust, le quedaron más cortos y concisos (¡él agregaba montones de páginas, cada vez que corregía un texto!).


6. La fugitiva. Seguimos hablando de Albertina, claro. Siempre desde el punto de vista del narrador.


7. El tiempo recobrado. La conclusión de la larga (enorme) argumentación narrativa que comenzó en la primera frase de la saga, “mucho tiempo estuve acostándome temprano”.


En fin: si algún adulto en la sala (con más de treinta, si es posible) quiere emprender la lectura de esta saga in-LIJ (y casi in-para adultos también), le prometo que no se va a arrepentir. Re vale la pena. Yo la leí en la hermosa edición de Alianza que se ve en la imagen de arriba, pero si alguien quiere leer en digital, todo está liberado, así que puede leerse libremente (aquí pongo el link al primer libro, en esa página están también los links a los demás ).


Y como bonus track, después lean Albertine, rutina de ejercicios, de Anne Carson, un libro pequeñito pero muy, muy genial, en el que Carson comenta, con lucidez implacable y profundidad poética, la saga de Proust, pero desde el punto de vista de Albertina.


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