Esta es la última novela de Faulkner (1962) y, consecuentemente, de la saga de Yoknapatawpha. Con ella, el autor (que ya había ganado el premio Nobel) recibió el premio Pulitzer por segunda vez, algo que muy poca gente logró. No será uno de los grandes libros de la saga, pero sí es único en lo siguiente: es una comedia. Una picaresca divertida protagonizada por un niño (Lucius Priest) y dos adultos, amigos y empleados de la familia: un blanco (Bon Hogganbeck) y un negro (Ned McCaslin); se cuenta cómo los tres roban el auto del abuelo-jefe (que se llama Boss, “Jefe”, para que no haya dudas) y viajan a Memphis, cada uno con diferentes objetivos secretos, y las insólitas aventuras que les ocurren allí, que incluyen que el niño de once años (quien ya robó un auto y lo condujo) se aloje en un prostíbulo, sea jinete de un purasangre en una carrera ilegal y se bata a duelo con cuchillos por defender el honor de una prostituta.
A jugar con Faulkner
El ranking de los animales. Mientras están en el prostíbulo de Miss Reba, Lucius recuerda una legendaria mula corredora de la familia y detalla una particular teoría: un listado de las especies animales más inteligentes (“asumiendo, por supuesto, que se acepte mi definición de inteligencia: la habilidad de sobrellevar su ambiente; es decir, aceptar su entorno pero retener al menos algo de libertad personal”). Ordene los siguientes animales del 1 al 5 según esta definición y compruebe si usted piensa igual que un personaje de Faulkner.
a. El gato b. El perro c. La rata d. El caballo e. La mula
La estructura
Nada particular, en este sentido: trece capítulos numerados, sin título y ordenados cronológicamente, y sin ningún experimento estructural; una sencilla novela “común”, para cerrar la saga.
El título
The Reivers se tradujo como “Los rateros”. No está mal, pero tampoco es una traducción muy exacta que digamos. Reivers es una palabra muy poco usada y específica: son los asaltantes de caminos que actuaban, siglos atrás, en la frontera entre Escocia y Gales. O sea: ladrones, pero con una palabra inusual y, a la vez, relacionada con los caminos (lo que roban estos reivers es un auto, para irse con él a la gran ciudad). “Ratero” quizás suene bien en algunos países, pero aquí abajo, en la Argentina, creo que Los maleantes sería un poquito más cercano a lo que quiso hacer Faulkner con su título. También sería un buen título Los malandras o, incluso, Los malandrines (aunque quedaría, quizás, demasiado rioplatense el título, con esos términos).
También hay ediciones de este libro con el título “La escapada”, pero esa sí es una traducción pésima, sobre la que no gastaré ni una oración más.
Norreseña
Esta novela es una comedia, sí, pero a la vez es un libro de Faulkner, así que hay escenas profundas, hay sorpresas en la trama (a cargo, principalmente, de Ned McCaslin) y hay un nivel de escritura que ya querría el 99,9% de les autores de comedias del mundo. Bah, de les autores a secas.
Al igual que en los libros trágicos de Faulkner, la trama nos sorprende con giros absolutamente inesperados: no hay forma de anticipar lo que está por ocurrir al dar vuelta la página. Y si bien, como en toda buena comedia, aquí nadie muere, hay varios personajes que están muy cerca de hacerlo, y el que más cerca está de terminar muy mal es el gran protagonista, Lucius, el niño. Como a lo largo de toda la saga, los niños, las mujeres y los negros (es decir: los oprimidos, los marginales en el sistema instituido y manejado por los varones blancos adultos) son los personajes más memorables (incluso cuando no ocupan los roles protagónicos). Y como en varios libros de la saga, los caballos, los automóviles y el dinero (que va y que viene, que compra, se roba o se apuesta) juegan un papel importantísimo en la historia.
Hay lugar para mencionar a muchos otros personajes de la saga (además de Ned, los Priest también están emparentados con los McCaslin, por ejemplo, dato que nos lleva automáticamente a muchos otros libros; o el prostíbulo en el que paran es el de Miss Reba, lugar que ya conocemos desde Santuario).
La inocencia del niño Lucius está siempre a punto de perderse, pero él logra mantenerla y lucha por seguir siendo un niño y no convertirse aún en adulto (lo que sin dudas le sucederá cinco minutos después de que leamos la última página del libro), por más que se ve obligado (pero a la vez, le encanta que eso le suceda) a realizar las acciones más ridículas e ilegales que nos podamos imaginar.
Es, considero, un gran cierre para la saga: un final inesperadamente risueño para una historia que fue, a lo largo de 6.000 páginas, más bien (muy) trágica. Vale la pena leerlo, aunque claro, diría que no lo agarren primero, si planear leer además otros libros de Faulkner.
Una curiosidad
En 1969 llegó a la gran pantalla The Reivers, nada menos que con Steve McQueen como Bon Hogganbeck (esto hace que Bon quede como protagonista principal de la historia, cuando en el libro no lo es). La película está bastante bien, en líneas generales; aunque la música de circo y las risas excesivas destacan, innecesariamente, su carácter de comedia.
Un fragmento
(...) —Pero perdimos...
—Tú y Relámpago perdieron —dijo Ned—. Yo y ese dinero le fuimos a Akrum.
—Oh —dije, y luego pregunté—. ¿Cuánto era?
Se quedó quieto. [...] Y yo tenía solamente once años; no sabía cómo sabía también eso, pero lo sabía: que no se le pregunta a nadie cuánto ganó o perdió en una apuesta. Así que reformulé:
—Quiero decir, ¿habrá suficiente para devolverle al Jefe [el abuelo] sus cuatrocientos noventa y seis dólares? [...]
—Aprendiste una considerable cantidad de cosas acerca de las personas en este viaje; me sorprende que no hayas aprendido también algo acerca del dinero. ¿Quieres que el Jefe me insulte, o quieres que yo insulte al Jefe, o quieres ambas cosas?
—¿A qué te refieres? —pregunté.
—Si ofrezco pagarle su deuda de apostador, ¿no le estaría diciendo en la cara que debería tener la sensatez de dejar de apostar a los caballos? Y cuando le diga de dónde proviene el dinero con el que le pagaría, ¿no se lo estaría probando?
—Aún no veo dónde estaría el insulto hacia ti —le dije.
—Él podría aceptar el dinero —respondió Ned.
(casi en el final del libro)
Respuestas de “A jugar con Faulkner”:
Número 1: la rata. (“A la rata, por supuesto, la ubico primera. Vive en tu casa sin ayudarte a comprarla ni a construirla ni a repararla ni a pagar los impuestos; come lo que tú comes sin ayudarte a conseguirlo ni comprarlo o ni siquiera a meterlo dentro de la casa; no puedes librarte de ella... si no fuera caníbal, habría heredado la Tierra hace mucho tiempo”).
Número 2: la mula (“A la mula la ubico segunda. Pero segunda solo porque puedes hacerla trabajar para ti. Pero incluso eso, solo dentro de sus propias y rígidas regulaciones. No se permite comer demasiado. Tirará de una carreta o de un arado, pero no correrá una carrera. No intentará saltar nada que no sepa de antemano más allá de toda duda que puede saltar; no entrará a ningún lugar a menos que sepa por propia experiencia qué hay del otro lado; trabajará pacientemente para ti durante diez años por la oportunidad de patearte una sola vez”).
Número 3: el gato (“El gato es tercero, con algo de las mismas cualidades, pero una criatura más débil y patética [que la rata]. [...] el gato vive contigo, depende de ti completamente para su alimentación y abrigo pero no levantará una pata por ti y no te amará”).
Número 4: el perro (“Al perro lo pongo cuarto. Es valeroso, leal, monógamo en su devoción; es tu parásito también; su falla (en comparación con el gato) es que trabajará para ti... quiero decir: lo hará con gusto, aceptando cualquier engaño, no importa cuán tonto, solo para agradarte, por una palmada en la cabeza [...]”).
Número 5: el caballo (“Al caballo lo ubico último. Una criatura incapaz de tener más de una idea a la vez, y cuya principal cualidad es la timidez y el miedo. Puede ser engañado y engatusado por un niño para que rompa sus patas, o su corazón también, al correr demasiado rápido o saltar cosas demasiado extensas o duras o altas; comería hasta matarse si no es cuidado como si fuera un bebé. Si tuviera un gramo de la inteligencia de la rata más atrasada, él mismo sería el jinete”).
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