Esta bella novela de María Inés Garibaldi fue publicada por Del Naranjo en 2016, en su colección “La puerta blanca”, con dirección editorial y edición de Norma Huidobro e ilustraciones de Pilar Centeno. Está recomendada para lectores de once años en adelante.
El protagonista, un niño “de mala conducta” que está entrando en una adolescencia complicada, vive solo con su madre soltera y agobiada, que se va quedando sin gente que lo pueda cuidar mientras ella trabaja: a todos los vecinos y familiares ya les hizo algún desastre, y la última vez que se quedó solo casi incendia la casa entera con unos panqueques de manzana fallidos.
La mamá encuentra entonces la última opción disponible: un vecino muy viejo y con la cara toda quemada.
–Es un zombi, posta, ¿no le viste la cara?
–Sí, ¿y qué?
–Tiene la piel arrugada y pegoteada, como si se le hubiera derretido y después se la pegaron con la gotita. Mirá, así, como estas.
Y le mostré las tapas de las películas de zombis. Parecían fotos del viejo posando con la parentela.
–Nada que ver, creo que tuvo un accidente hace mucho. Por eso tiene la cara así.
Mamá trataba de tranquilizarme como si fuera un bobo. Estaba loca si me iba a dejar con ese viejo. No pensaba ir. De ninguna manera.
Pero finalmente debe acceder, porque no hay ninguna otra opción. El jovencito descubre que el viejo e silencioso (más aún que él mismo) pero que, a su manera, se interesa por él y sus problemas, le ofrece lecturas y se las presenta en una forma que genera en él entusiasmo. Poco a poco, se va estableciendo entre ellos, sin que ninguno de los dos se dé cuenta, una relación de amistad, que influye también en cómo el joven protagonista se relaciona con su madre.
El viejo será quien lo aconseje cuando él descubra que le gusta una chica de su curso, y será también quien le enseñe con paciencia, cuando llegue su cumpleaños, a cocinar los panqueques de manzana perfectos (el viejo, se descubre en un momento, es chef, y trabaja evaluando restaurantes). Los panqueques de manzana no solo son su comida favorita: funcionan como un símbolo de tomar las riendas de su propia vida, de descubrir quién es y quién quiere ser en este mundo.
Las ilustraciones de Pilar Centeno que acompañan el texto son buenísimas, con la calidez y el clima de los trazos de lápiz, llenas de detalles interesantes y con la interesante decisión de mostrar únicamente al protagonista, pero no a los demás personajes.
A lo largo de la novela, que está escrita con delicadeza y ritmo, podemos ir descubriendo que nosotros también nos vamos haciendo amigos de esos personajes a medida que crecen y se revelan, y nos conmovemos con sus problemas, sus pequeños logros y su imprevisto (y nada concesivo) final.
Recomendada.
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