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Réquiem por una hermana (Faulkner-07)

Si leyeron Santuario, les gustará luego complementar esa lectura con la de este libro, una especie de obra teatral que retoma los hechos y algunos de los personajes de aquella novela pero ocho años después, ya con una Temple Drake reestablecida en su clase social, honorable, casada y con hijos. Faulkner escribió este libro en 1951, veinte años después de Santuario, y aunque esta no es una de las cumbres de la saga de Yoknapatawpha, resulta súper interesante de leer como parte de ella, pues además de que es la única pieza teatral en el lote, las partes en prosa que contiene se conectan con muchas otras de las historias de Faulkner.


A jugar con Faulkner

En la intro del tercer acto, “La cárcel”, se menciona una vieja inscripción grabada en un vidrio de la cárcel de Jefferson. Esa inscripción aparece mencionada en diversas obras de la saga, pero solo aquí se transcribe cuáles son las palabras escritas en el vidrio. ¿Qué dicen?

a. “Soy inocente”

b. Un nombre y una fecha.

c. Una dirección en los suburbios.

d. “F. Snopes” y un insulto.

e. Un verso de Schiller.


La estructura

El libro es una obra teatral en tres actos, centrado cada uno en un espacio particular (el primer acto en los tribunales de Jefferson, el segundo en la casa de gobierno del Estado de Mississippi, el tercero en la cárcel). La cuestión es que cada acto se inicia con una larguísima intro en prosa, de entre 30 y 80 páginas, en la que se cuenta toda la historia de esos lugares emblemáticos de las instituciones del condado (historias que nada tienen que ver con los personajes que protagonizan luego la acción dramática). Así que el resultado es una mixtura súper interesante, pero que no funciona exactamente como pura obra teatral ni como novela, sino como una experimentación estructural de esas que le gustaba hacer a Faulkner.


El título

Este título, Requiem for a Nun, se tradujo siempre en castellano como Réquiem por una mujer (o para una mujer). Esa traducción no es horriblemente mala, pero tiene el obvio problema de que nun no significa “mujer”, sino “monja”. La cuestión es que no hay ninguna monja, en la obra, así que traducir Réquiem por una monja sería también una traducción simplificadora (quizás mejor, pero no súper feliz).


Porque este es uno de los títulos imposibles de traducir bien, entre los de Faulkner: nun significa aquí demasiadas cosas, es un juego de palabras demasiado complejo. Nun se refiere, en eso no hay dudas, a Nancy, la niñera negra condenada a muerte por asesinar a la bebé que debía cuidar, la hija menor de Temple Drake (no estoy espoileando, esto se dice en la página 1). Nun suena nan, apócope del nombre Nancy; ella, además, trabaja de nanny (niñera), y nan es apócope también de eso. Y Nancy es, sí, súper religiosa, así que, aunque no lo es técnicamente, actúa casi como una monja, una nun. Por eso la traducción que preferiría yo (reconociéndola imperfecta) es Réquiem por una hermana, en tanto hermana es un término que se usa para referirse a una sor, a una monja, pero también a una mujer con la que se tienen puntos en común (de parentesco en principio, pero también de condición) y Nancy es, en varios aspectos, una especie de hermana (nun, sor, sorora) de Temple, por más que no compartan color de piel ni clase social.


Hay otro sentido de nun, más escondido pero que Faulkner, como gran lector de Shakespeare, sin dudas tuvo en cuenta: en la era isabelina, en Inglaterra, se usaba ese término para referirse a las prostitutas. Por ejemplo, fíjense qué interesante: en Hamlet, en la escena 1 del tercer acto, justo después del famoso monólogo del ser o no ser, Hamlet se encuentra con Ofelia y hablan (allí Hamlet le dice que no la ama y la desprecia). En esa escena, Hamlet le dice a Ofelia que se meta en un convento, pero resulta que el texto original no usa el término convent ni otro parecido, sino nunnery (“monjerío”, literalmente). Pero una nunnery era un burdel, en la era isabelina: Hamlet le dice a su prometida, a la vez, que vaya a un convento y que vaya a un burdel, que se haga monja y que se haga prostituta. Y, ya volviendo a Réquiem, nuestra Nancy había sido en su juventud prostituta, otro de los aspectos que la “hermana” con Temple, en cierta forma.


O sea: es un título más complejo de lo que parece. Y un gran título, a la vez.

Norreseña

Como anticipé, si leyeron Santuario es más fácil engancharse con este libro, por la sencilla razón de que ya conocerán a dos de sus protagonistas: Temple Drake, la adolescente secuestrada, ahora (ocho años después) está casada con Gowan Stevens (el novio borrachín que la condujo al “santuario” de la Vieja Casa del Francés y luego la abandonó allí) y tuvieron dos hijos juntos, de los cuales la menor, una bebé de menos de un año, fue asesinada en su cuna por la niñera negra, Nancy Mannigoe, quien fue condenada a muerte por ese crimen. La acción de la obra (de las partes dramáticas de la obra, al menos) ocurre en los momentos previos a la ejecución de Nancy, y se relacionan con la intención de Temple de lograr que se revierta la condena a muerte de Nancy o conseguir para ella una amnistía del gobernador (los motivos de Temple son el corazón del libro, y no voy a hablar de ellos porque eso sí sería espoilear).


En este libro, que gira alrededor de uno de los temas favoritos de Faulkner (la injusticia de la Justicia), aparece en un rol protagónico uno de los personajes más queridos del autor y que más aparecen a lo largo de la saga, el abogado Gavin Stevens, tío de Gowan (y tío político de Temple). La otra protagonista, claro, es Nancy, a quien vemos ser condenada a muerte sin protestar en el comienzo del primer acto pero luego no aparece físicamente (aunque se habla de ella todo el tiempo) hasta el final del tercer acto.


Comparado con otros libros de la saga, este es de los más breves (menos de 250 páginas) y de los más sencillos de leer (la proverbial dificultad de la prosa de Faulkner no aparece en los parlamentos teatrales que conforman más de la mitad del libro). En líneas generales, es un buen libro, muy entretenido e interesante, aunque no hay forma de que entre entre los favoritos de Yoknapatawpha (ni en mi opinión ni en la de nadie), y por lo tanto diría que solo vale la pena leerlo luego de haber encarado antes algunos otros libros de la saga (Santuario, en principio, pero no únicamente).


Una curiosidad

En 1961, diez años después de la publicación de Requiem, salió la película Santuario, protagonizada por Lee Remick en el rol de Temple Drake e Ives Montand como “Candy Man” (el equivalente al personaje Popeye, ya mencioné en mi posteo anterior que no podían usar ese nombre en películas por cuestiones de copyright, porque estaba registrado por Popeye el Marino). La película se basa en los hechos de ambos libros, Santuario y Réquiem (aunque cambiando varios, claro). No sé si es un gran film, pero es mejor que los otras que se hicieron a partir de estos libros. No encontré un trailer de la película, pero sí está completa, por si la quieren ver o pispear (hasta que alguien la elimine de Youtube, claro):


Un fragmento

Temple. Lo hizo la esposa de Gowan Stevens.

(Gavin) Stevens. Lo hizo Temple Drake. La esposa de Gowan Stevens ni siquiera pelea en la misma categoría. Esto es obra de Temple Drake.

Temple. Temple Drake está muerta.

Stevens. El pasado nunca muere. Ni siquiera es pasado.

[Ella vuelve a la mesa, toma un cigarrillo de la caja, lo pone en su boca y toma el encendedor. Él se inclina como para alcanzárselo, pero ella se le anticipa y lo toma, enciende el cigarrillo y habla en medio del humo.]

Temple. Escúchame. ¿Qué es lo que sabes?

Stevens. Nada.

Temple. Júralo.

Stevens. ¿Me creerías?

Temple. No. Pero júralo de todas formas.

(en la escena 3 del primer acto)


Respuestas de “A jugar con Faulkner”:

Respuesta b. Me encanta cómo Faulkner construye, con este elemento mínimo e insustancial, un pasaje conmovedor: “(...) enmarcando una ventana ante la cual meditaba hora tras hora y día tras mes y tras año la frágil chica rubia no solo incapaz de (o al menos excusada de) ayudar a cocinar a su madre, sino hasta de secar los platos luego de que su madre (o su padre quizás) los lavara; meditando, ni siquiera, hasta donde el pueblo sabía, a la espera de nadie ni de nada, ni siquiera pensativa, hasta donde el pueblo sabía: solo meditando con su pelo rubio junto a la ventana enfrentada a la calle del pueblo rural, día tras día y mes tras mes y —como el pueblo lo recordaba— año tras año por lo que debieron haber sido tres o cuatro de ellos, inscribiendo en algún momento la frágil e indeleble firma de su meditación en uno de los paneles de ella (la ventana): su frágil y desempleado nombre, rayado con un anillo de diamante por su frágil y desempleada mano, y la fecha: Cecilia Farmer 16 de abril 1861.”

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