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Si tuviera que escribirte


Lo bueno de no escribir reseñas es que no hay que ceñirse a regla alguna. Así que voy a empezar esta norreseña con la evaluación final: es una joya este libro. Si te gustan los libros bellos, tenés que conseguirlo sea como sea. Si hay que cometer un crimen, cometelo. Aunque más fácil es comprarlo estos días en la feria del libro, por ejemplo. Pero lo tenés que tener, es una maravilla. También lo podés comprar para regalarlo y quedar como un rey; pero antes asegurate de tener uno para vos mismo, haceme caso.

También podrías pedir el libro en formato digital a la editorial, porque Ediciones de la Terraza publica sus obras con licencia Creative Commons, para facilitar su difusión en forma gratuita. Es mejor que nada, claro, pero te perderías el objeto, el libro en tus manos, y te aseguro que en este caso te estarías perdiendo mucho.

El libro es muy difícil de clasificar. El texto, por lo pronto, no es un cuento ni nada parecido. Es poesía en prosa, digo yo, y que me vengan a buscar. La autora es uruguaya, Alejandra Correa, y el texto ganó en Uruguay el primer premio nacional de literatura para niños y jóvenes en 2014. Y este libro acaba de ganar aquí, en la Argentina, el prestigioso premio Destacado de Alija en la categoría ilustración y labor editorial en libros para niños y jóvenes.

Ahora, ¿es un libro para chicos, este? Claro que sí, digo yo: de la misma manera en que es para chicos cualquier libro que les venga a la mente, como La oscuridad de los colores de Martín Blasco o Separaciones mínimas de Germán Machado y Matías Acosta, o Moby Dick con sus mil páginas, o Sensatez y sentimientos. Porque no existe tal cosa como un “libro infantil”, dice mi amiga Iris.

Pero... ¿es especialmente para niños, este libro? Y, la verdad que no. Ni el texto ni las imágenes. Porque saborear por completo esta maravilla requiere saber algunas cosas del mundo que difícilmente un niño sepa. Un niño Equis puede leer este libro y le puede gustar mucho: suficiente para considerarlo LIJ (y para merecer extensamente todos los premios LIJ que reciba). Pero un adulto Zeta podrá apreciar en profundidad todo lo que hay en estas páginas.

Que hablan de algo que ya casi no existe (perdón, rectifico antes de que mi amigo cartero me salte a la yugular: existe, pero en un volumen muchísimo menor que en el pasado): la comunicación entre personas mediante cartas enviadas por correo. Dos personas que están a una enorme distancia una de otra y necesitan hablarse y que no tienen otra forma de hacerlo que escribir una carta, enviarla por correo y esperar días y días hasta que llegue (rectifico: que sea llevada por el cartero) a su destino.

Esto de poder comunicarse con alguien que vive o está lejos solo por cartas, que hoy en día con Internet y los teléfonos es algo casi impensable, era en mi infancia la única manera. Y por eso estos breves capítulos del libro, que hablan de las cartas, de cómo se siente escribirlas, recibirlas, esperarlas, tocarlas, saborearlas, releerlas, guardarlas como tesoros, descifrarlas o imaginarlas, a mí, como ser humano de una cierta edad, me interpela y me conmueve. Los textos, además, están deliciosamente escritos.

Así como son deliciosas las imágenes de Cecilia, armadas con sobres y pequeños objetos sobre una mesa de madera: cada fotografía es un abismo donde uno puede estar viajando hasta olvidar el tiempo.

El libro en sí, el objeto impreso, es muy bello, cuidado en su edición hasta el último detalle, como nos tienen acostumbrados en Ediciones de la Terraza. Y se cierra con un sobre en blanco y con una hoja en blanco (pero no vacía) para escribir nosotros una carta: un detalle genial en una obra que brilla en los detalles.

En fin, cierro ya: genial libro, lo muy recomiendo, no se lo pierdan.


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