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“Los pequeños macabros”, “Todos mis patitos” y “Yo tenía diez perritos”


No será Game of Thrones, pero esta serie de comentarios sobre libros inquietantes se acerca también a su fin. Hoy, en un exceso mortal, en lugar de uno, comentaré tres libros "para niñes, msé, digamos", a cuál más inquietante, pero los tres geniales.

El primero es “Los pequeños macabros”, de Edward Gorey, publicado originalmente en 1963 (en inglés, obviamente) y editado en castellano por Zorro Rojo en 2010.

Empiezo, antes de hablar del libro en sí, con un breve comentario sobre la traducción: como muchas editoriales españolas, Zorro Rojo nos hace sufrir frecuentemente (no siempre) con traducciones bastante flojas. En este libro, casi no había forma de errarle con la traducción: hay muy poco texto, y muy sencillo. Lo único complejo de traducir (bah, complejo: que requería un poco de pensamiento para proponer una solución) era el título del libro: “The Gashlycrumb Tinies”. “Gashlycrumb” es una palabra inexistente, un juego de palabras entre “ghastly” (espantoso),”gash” (tajo) y “crumb” (miga, migaja, pedacito de algo mayor, pero también “persona sin ningún valor”); y además, la palabra “Gashlycrumb” suena como un lugar, como el nombre de un pueblo inglés victoriano, “Abercrombie”, “Ashleycroft”, de ese estilo. O sea: se podía traducir “Los peques de Gashlycrumb”, por ejemplo, sin pasar al castellano el nombre; o intentar hacer una traducción proponiendo un juego de palabras en castellano que de alguna manera equivaliera al del título original (hay muchas posibilidades). En lugar de eso, tenemos un título que nos anuncia “los pequeño macabros”, cuando claramente, al leer el libro, vemos que lo macabro NO SON los niños. El autor será macabro, en todo caso. O las muertes.

Porque el libro, hermoso y tétrico y lleno de un humor muy negro y bastante desolador, nos presenta un diccionario en el que cada letra, de la A a la Z, es la inicial del nombre de un niño o de una niña, y ese niñe, indefectiblemente, murió, en una forma por lo general bastante espantosa. El libro se instituye así como una parodia a los libros utilizados para enseñar el alfabeto a los infantes; solo que estos ejemplos no son precisamente los que uno elegiría para mostrar a les niñes...

En el libro original, los mínimos textos (un verso por cada página) están rimados de dos en dos, son versos pareados: la traducción al castellano ni siquiera intentó mantener esa rima ni nada por el estilo (tampoco era súper necesario, pero es una muestra más de la poca onda que le pusieron al asunto).

Aquí pueden ver las páginas del libro en castellano:

Y aquí en este link pueden ver todas las imágenes con su texto original.

Paso al segundo libro, que ya verán que, aunque diferente, se conecta con el anterior. En este caso, el autor es alemán: Janosch, el genial ilustrador-escritor-autor de “Qué lindo es Panamá” (el primer libro que leí en alemán) y de cientos de otros libros.

Y el libro en cuestión es “Todos mis patitos” (también Zorro Rojo, 2014), basado en una canción popular alemana (“Alle meine entlein” (o "entchen")). La canción original presenta en su primera estrofa a los patitos, que nadan en el mar con las cabecitas metidas en el agua y las colitas para arriba. En las subsiguientes estrofas se presentan otros animales (palomas, perdices) y/o elementos (muñecas, en algunas versiones), y la canción en su conjunto es perfectamente inocua y feliz.

Por si quieren escuchar la canción original alemana:

Janosch toma solamente la primera estrofa y en imágenes cuadradas nos muestra diez patitos, y cómo uno por uno (en imágenes sucesivas) van siendo cazados, comidos, robados y asesinados sin piedad por cazadores humanos, peces gigantescos, lobos, aves de rapiña, niños traviesos...

Es una especie de “diez negritos” que va llenando al lector, a medida que las páginas avanzan y los patitos disminuyen, de una notable inquietud y tristeza.

Sin embargo, al llegar los patitos que quedan a sumar solamente dos, ambos salen del agua por fin, y arman nido, y hay una fiesta de casamiento en la que participan montones de animales que bailan, cantan y la pasan bomba, y luego la pata pone huevo, y luego pone muchos huevos (sí, acertaron: 10 huevos pone, uno más que la gallina Turuleca (que quería poner diez pero no la dejaron, pobrecita) y de los huevos nacen diez patitos que, por supuesto, van a nadar, hasta que se acerca, como en el comienzo del libro, el primer cazador, con las intenciones que ya sabemos, y que comenzará a diezmar el lote de estos nuevos patitos míos.

Se completa así la retahíla, el “ciclo de la vida” que vuelve a repetir las muertes y los nacimientos indefinidamente pero, sin embargo, no resulta para quien lee demasiado esperanzador.

La traducción es otro punto de contacto con el libro de Gorey: es muy mala. Cada estrofa suena como un verso malo escrito por un imitador cutre de Calderón de la Barca. Aquí el traductor se empeñó en mantener la rima del original alemán, pero ni se molestó en intentar conseguir ni un atisbo de métrica razonable, y ni hablar que los sustantivos elegidos son castizos y más que lejanos para un lector castellano-pero-de-por-acá. El libro, sin embargo, sobrevive a todo (como los dos patitos) y resulta, aunque inquietante, genial, divertido y bello.

Ya me queda solamente el tercero y último de los libros por comentar: se trata de “Yo tenía diez perritos”, publicado por Ekaré (Venezuela, 2005) en su colección “Clave de sol”, en la que presentan canciones tradicionales, con su partitura al final, y excelentemente ilustradas.

Aquí las ilustraciones, bellas y geniales, son de Laura Stagno, y el texto es una canción infantil tradicional. Por suerte dicha canción es en castellano, así que nos ahorramos el problema de la traducción (iupi).

Aquí, al igual que con los patitos de Janosch, los perritos se van yendo uno por uno: “Yo tenía diez perritos, uno se perdió en la nieve: no me quedan más que nueve”. Y así...

No necesariamente todos mueren, pero lo más probable es que casi todos mueran; incluso aquellos para los que no se aclara si murió, uno se imagina que sí murieron, y por qué (“Uno quiso ser el rey / no me quedan más que seis”...).

A diferencia de los patitos, aquí no sobrevive ninguno: el final de la canción es que el narrador ya no tiene más perros, lo cual es inquietante pero sincero: nada de esconder la cruel realidad con la idea de que la vida continúa, como en el libro de los patitos. Aquí te quedaste solo, queride, sin ni un mísero perro para hacerte compañía. Curtite.

Va link a una hermosa versión de la canción subida por la misma editorial Ekaré, con una animación hecha a partir de las imágenes del libro:

Y eso es todo por hoy. Tres libros, tres recomendados.

Y ya me voy. Váyanse ustedes también. El último apague la luz, si aún vive.


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