La Frontera de la LIJ está superpoblada; de hecho, deambulan por allí muchas más obras que en las ciudades del Centro. Viven en la Frontera, por ejemplo, multitud de libros que nunca llegarán a nosotros simplemente porque fueron escritos en otro lugar y reflejan otra sociedad, una realidad un poco diferente de la nuestra.
¿Eso es un impedimento, al leer una obra literaria? Claro que no. Estaríamos condenados a releer El matadero y el Martín Fierro hasta la eternidad, si así fuera. No es que esté mal leerlos, pero por suerte podemos leer también a otres autores, conocer otros libros que no fueron escritos acá cerca, bajo la bandera que nos reúne.
Pero en la LIJ todo es más difícil. El libro que comento hoy, After Tupac & D Foster (no fue traducido al castellano ni, que yo sepa, a ningún otro idioma; probablemente el título traducido sería algo así como Tras Tupac y D Foster, donde “tras” intentaría reflejar la ambivalencia entre “después de” y “en busca de”) fue escrito por Jacqueline Woodson. Esta autora es la más reciente ganadora del premio Andersen (2020) y ganó, además, el Astrid Lindgren en 2018: es decir, tiene los dos premios internacionales de LIJ más prestigiosos del mundo. Digamos: es canon puro, un cañón de canon. Además, escribe en inglés y es estadounidense; es decir, reúne, pareciera, las condiciones óptimas para que sus obras lleguen a otros lugares. Y aun así, fue traducida a cuentagotas, casi nada: recién este año Alfaguara anunció que publicará Niña morena sueña, la traducción del genial libro Brown girl dreaming, una autobiografía en poemas seminarrativos en la que Jacqueline nos cuenta su vida como una niña afroamericana a medio camino entre el Norte y el Sur de los Estados Unidos, en una época (los sesentas) en la que la lucha por los derechos básicos de “la gente de color” estaba a la orden del día (casi como ahora, bah).
Pero Jacqueline escribe historias con protagonistas pobres, discriminados y, por lo general, de piel oscura, inmersos en una realidad que no es exactamente la nuestra. Y en LIJ, las personas adultas que eligen los libros que leerán los niños y jóvenes consideran (conscientemente o no) que eso es un impedimento, y que para qué dar a leer algo sobre otra realidad si se puede leer un libro que ocurra aquí, escrito por un autor local. Y consecuentemente, es mucho más riesgoso publicarlo, para un editor LIJ, porque prevé (por lo general, con razón) que lo venderá poco y nada, y los editores no están para correr esos riesgos (nunca, pero mucho menos en este contexto).
Y es por eso que, como se quejaba hoy mismo un bloguero catalán (Llibres al Replà, “El Andersen está desnudo”), casi no se traducen los libros de los ganadores del Andersen (y muchísimo menos, por supuesto, los de quienes no ganaron ese premio). Ni siquiera sé si me estoy quejando: solo veo que son así las cosas, que es casi imposible que cambien, y me da un poco de pena, la verdad. Porque aunque me parece bien que las niñas y los niños lean a autores locales (y yo, como autor, me beneficio de ello, en mi país), también me parece que nos estamos perdiendo de mucho, como lectores de LIJ (me incluyo en esa categoría aunque ya no soy “i” ni “jota”).
Esta novela, por ejemplo, es buenísima. Cuenta la historia de tres adolescentes afroamericanas en los noventas, en un barrio de monoblocs de Queens, Nueva York; la narradora (que nunca dice su nombre), su gran amiga Neeka y una chica nueva en el barrio y de piel más clara que ellas, D (no quiere decir su nombre completo) Foster, que llega con su madre adoptiva (ya pasó por varias familias adoptivas, en su infancia). Aunque al principio Neeka y la narradora sienten recelos sobre D (la discriminan un poco incluso, por lo claro de su piel), pronto descubren que comparten con ella una gran admiración por el rapero Tupac (además de músico, militante por la igualdad de los afroamericanos en Estados Unidos), y eso las acerca. Cada disco, cada pelea, juicio, tiroteo o polémica en que Tupac se ve envuelto afecta la vida de ellas, a veces en forma directa y profunda. En un momento, la madre biológica de D (quien la abandonó por haberla tenido mientras era adicta a las drogas) la encuentra e intenta retomar una relación con ella, lo que genera, previsiblemente, un gran rechazo por parte de la joven. Pero cuando Tupac es baleado una vez más y muere, D decide darle una oportunidad a su madre biológica y tiempo después se muda lejos con ella, aunque mantiene una relación amistosa con sus amigas del barrio que sienten, sin embargo, que tras la salida de Tupac y de D se termina toda una época importante en sus vidas. Es una gran novela juvenil sobre la amistad, sobre qué cosas se comparten y qué no, sobre las dificultades que conlleva crecer y formar parte de una familia y una comunidad en un mundo muchas veces injusto y cruel. Es decir: cualquiera podría leer y disfrutar un libro como este, por más que no seamos raperos neoyorquinos y el espejo nos devuelva a veces la imagen de una tez más bien (demasiado) pálida.
Mientras tanto, allí seguirá este libro, acompañado por tantos, en un pueblo sin nombre de la inclemente Frontera.
Recomendado (una curiosidad baladí: esta es la norreseña número cien de este blogcillo).
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