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Detrás de la máscara

Esta novela juvenil de Andrea Ferrari fue publicada este año (2022) por Alfaguara, con ilustraciones de Candela Insúa.

La historia se ubica a mediados de 2020, lo que por supuesto ya sabemos qué significa; pero si por casualidad lo olvidamos, el adolescente protagonista y narrador, Roberto, lo explicita: “Todo esto sucedió en 2020, así que a menos que alguien haya estado una temporada en Marte, se entiende de qué hablo. Plena pandemia por coronavirus. Acá y en el último rincón de la Tierra, no hace falta que explique más”.


Y la autora partió, para contar esta historia, de uno de los elementos que pasaron a formar parte de nuestra vida cotidiana a partir de la pandemia: el barbijo. Esa barrera artificial para limitar la expansión del virus y que es, para la gran mayoría de las personas, una molestia, es para Roberto una bendición, porque le permite llevar en forma impune (e incluso socialmente preferida) una máscara y tapar así su autopercibida fealdad y los horribles granos en su cara. Al mismo tiempo, esa máscara funciona a niveles más profundos: le permite parecer diferente, mostrarse (aunque en el fondo no lo sea) como una persona más segura, más simpática, más interesante y desenvuelta, incluso más valiente.


Por eso el coronavirus fue tan bueno en mi vida, no sé si se entiende. Porque llegó el barbijo, tapaboca o máscara, como quieran llamarlo. Que fue lo mejor que me pudo pasar. Tapa todos los granos rojos. Todos. Yo salía con mi barbijo negro y el buzo grande, con la capucha levantada. Mamá decía que parecía un asaltante de bancos, pero yo me sentía más bien como Batman: el enmascarado misterioso.

De un día para el otro me convertí en una persona diferente. Una persona sin granos. Una persona aceptable, agradable incluso, a la que nadie miraba con esas caras. Fue genial.


Armado con esa máscara, Roberto (cuyo padre murió cuando él tenía tres años) conoce, el mismo día, a dos personas que muy pronto se volverán fundamentales en su vida: Liz, una vecina jubilada de su edificio para la cual comienza a hacer compras y mandados (a cambio de una retribución económica) y Melina, la cajera del supermercado chino donde Roberto hace las compras. Melina es hermosa y un par de años mayor que Roberto, así que nunca se habría atrevido ni siquiera a hablarle... si no fuera por la máscara que lleva. Con ella, sí se aventura a conocerla, y con la ayuda de su vecina (y pronto amiga y confidente) Liz, irá avanzando en esa relación, mientras en su casa los acontecimientos también se precipitan y nuevos cambios llegan, pues su madre está embarazada y están a punto de mudarse a una nueva casa en las afueras de la ciudad.


Estos personajes queribles y creíbles nos van llevando como de la mano, y la prosa tiene ritmo y belleza, como Ferrari nos tiene acostumbrados. Por lo general, las novelas juveniles no tienen ilustraciones, pero aquí las imágenes de Candela Insúa tejen un cuidado contrapunto con el texto para hacer avanzar la trama, en la que sobrevuela, como una nube oscura, la sombra cada vez más cercana de una pandemia mortal.


Porque aunque nos ocultemos en una máscara, o en muchas (y todas las personas lo hacemos de una forma u otra, aun sin usar barbijo), inevitablemente llegará el momento en que hay que dejar caer las máscaras o abandonar la partida, y Roberto se verá enfrentado a ese momento difícil en que deberá confirmar, más allá de las apariencias, los deseos y los engaños, quién verdaderamente es.


Gran novela de Andrea Ferrari. Recomendada.

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