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Nuestro propio cielo

Esta novela de Ezequiel Dellutri fue publicada en 2024 por Penguin Random House, en su sello Sudamericana Joven, con edición de María Amelia Macedo. La ilustración de tapa es de Sonia Basch.


Se trata de una bella novela juvenil con un tema poco frecuente: el encuentro y la amistad entre un niño y un anciano (que no son familiares). El niño, Lázaro, es muy pobre, perdió a su madre y vive solo con su padre (que tiene serios problemas con el alcohol y, a partir de ellos, problemas más serios aún con el trabajo, la economía y la sociedad en general). Quizá por lo dicho o quizá porque sí, Lázaro es taciturno, callado; pero tiene una cualidad que lo hace destacarse: es bueno leyendo en voz alta.

 

Esa cualidad es la que lo lleva, tras un par de casualidades, a que lo inviten a leerle a un anciano que ya no puede hacerlo por sí mismo (porque es ciego). El anciano es un escritor famoso (aunque claro, en la casa de Lázaro no hay ningún libro y no saben nada de escritores ni de famas). El escritor vive con un gato, distingue apenas un poco el color amarillo, habla en una forma tan particular que cualquiera que sepa algo sobre Borges se da cuenta de que es Borges, o mejor dicho, que ese escritor viejo y ciego fue armado a partir de él (porque claro, esta es una novela de ficción, no una biografía, y por lo tanto no se le debe a los personajes la exactitud rigurosa del apego documental a la historia de una persona real). Esa ficcionalización de Borges está muy lograda: la forma en la que habla, las cosas que dice, nos resultan creíbles, y podemos aplicarlas a la imagen que en general tenemos (quienes lo leímos al menos) de Borges (aunque claro, este escritor de la novela es un poco más solitario y recluido que el Borges real, en tanto aquí no aparece María Kodama; un poco menos reaccionario que el Borges histórico, en tanto sus opiniones políticas tampoco se dejan traslucir en la narración; y, en general, sospecho, menos malaonda de lo que podría haber sido Borges en su vida personal cotidiana).

 

A partir de la lectura de un libro (y es otro acierto el libro elegido, La isla del tesoro de Stevenson, un autor que Borges adoraba), el niño y el viejo escritor se van conociendo, conversan y se vuelven, en cierta forma, amigos. El niño protagonista hace un recorrido de autoconocimiento (como sucede en Ikigai, otra novela de Ezequiel que comenté el año pasado) y de superación de al menos algunos de sus múltiples problemas. Al terminar la novela, uno se da cuenta de que en realidad la amistad, que es el eje de la historia, no es solo entre dos personas, sino que es una amistad triple: entre un lector, un escritor y un libro (que es, claro, una metonimia de todos los libros, del libro como instrumento de narración).

 

El trauma de la pobreza, como un peso que carga Lázaro (y su padre) todo el tiempo, está muy bien construido. Y también están excelentemente armadas las conversaciones entre el escritor y Lázaro, tanto las referidas al libro que están leyendo como las que apuntan a otro libro, un libro que solo existe en el futuro: el libro que algún día Lázaro tendrá, un libro no escrito por él, pero que será de él (el primer libro de una biblioteca que aún no existe), no solo para leerlo sino para tenerlo siempre consigo, como un cielo propio que compartirá con el autor y con las personas que más quiere.

 

En fin: se disfruta mucho leer este libro, hermosa novela de Ezequiel Dellutri. Recomendada.

 
 
 

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