Esta novela juvenil de Ezequiel Dellutri con ilustraciones de Israel Hernández fue publicada en México por El Naranjo, hace muy poquito (2023). La dirección editorial es de Ana Laura Delgado, la edición y el diseño son de Raquel Sánchez, y la corrección es de Carolina Gómez.
Antes de entrar a hablar de la novela, voy a empezar comentando la edición: es espectacular. Tanto la tapa como el interior y las ilustraciones están en blanco, negro y naranja, y hay un trabajo sensible y cuidadoso de diseño, de elecciones tipográficas, un papel hermoso, hasta bordes ligeramente redondeados en las esquinas del libro; un cúmulo de detalles que hacen que la lectura se disfrute aún más.
[Solo hay un pequeño defecto de edición, y aunque no es importante, lo voy a mencionar, para que no parezca que soy chupamedias: la página de créditos tiene fondo negro y letras en naranja, en cuerpo 6 y con tipografía light, de forma que resulta casi imposible de leer (para alguien como yo, claro: un cincuentón al que su propio ikigai lo lleva a leer la página de créditos de los libros; supongo que no es el target principal al que apunta la editorial)].
Más allá del diseño y las bellas ilustraciones, la novela es genial. Las partes del libro están tituladas igual que películas de Miyazaki, y uno podría pensar que es un libro sobre el estudio Ghibli. Pero no: las referencias tienen que ver con el ikigai del protagonista (es decir, eso que lo apasiona en la vida), que es dibujar manga (el estilo japonés de historieta, no esa parte de las prendas de vestir).
[El intertexto con las películas del estudio Ghibli es un plus, pero no es algo fuerte, no es que si uno no vio esas películas no se entiende el libro.]
Bruno, un adolescente, quería mucho a su abuela; pero cuando ella murió, le quedó un abuelo gris y con principio de Alzheimer, un abuelo perdido a quien nadie quiere tratar ni visitar. Sin embargo, Bruno comete un error (uno muy grave: roba dinero) que le cuesta perder su noviazgo y varias cosas más, y su abuelo lo ayuda con esa situación, y a partir de allí Bruno empieza a armar una relación, con su abuelo perdido-que se pierde. Mientras tanto, hace nuevas amistades, intenta recomponer su error y reflotar su vida y busca descubrir un tremendo secreto familiar que se cierne, como una sombra, sobre la relación entre su abuelo, su padre, su tío e, indirectamente, sobre él mismo.
Como en todas las novejas juveniles de Ezequiel Dellutri (pienso, por ejemplo, en Tres son multitud (Ekeka, 2021) en Koi (Norma, 2018), que comenté años atrás en este blogcillo), los personajes son creíbles y entrañables, pero no están idealizados, cada uno nos muestra (a veces a flor de piel, en forma desgarrada) sus fallas e insuficiencias. La historia está bellamente escrita, y están bien armadas (y muy bien contadas) las relaciones humanas, tan difíciles a veces, en especial entre las personas que son muy cercanas. Los capítulos finales me parecieron particularmente emotivos y logrados; pero toda la novela mantiene un gran ritmo y nunca pierde el interés del lector.
Las ilustraciones de Israel Hernández, además de muy atractivas desde su estética a dos colores, están conceptualmente muy bien pensadas, y se engarzan a la perfección con la historia que acompañan.
En fin: no quiero extenderme demasiado, pero si pueden llegar a esta novela, no se la pierdan. (En México es más fácil que aquí en el Lejano Sur, por ahora, aunque en la Argentina puede conseguirse en la plataforma buscalibre.com.ar). Recomendada.
Gracias, Sebastián, por acercarnos este hermoso libro. Como soy obstinada, sigo haciendo mi lista de compras para la Biblio en FILBA, aunque sé que este año será casi imposible.