Este cuento de Sandra Siemens ilustrado por Mar Alloggia fue publicado en 2020 por Bambalí, en Mendoza, con la dirección editorial de Mariela Slosse y la edición de Cintia Roberts.
Se trata de una divertida vuelta de tuerca a la costumbre de contar ovejas para conciliar el sueño. Juan, el protagonista (al menos en la primera mitad de la historia) es un niño que no quiere dormir, porque se le aparecen “las pesadillas de siempre” (y vemos en la imagen a las pesadillas que se acercan: unos bichitos negros e informes, con sus patitas y ojos saltones que las hacen ver mitad temibles, mitad simpáticas).
Juan entonces comienza a contar ovejas para pasar el rato, pero como no tiene sueño (ni quiere dormirse), las ovejas blancas (y cara negra) saltan la cerca y empiezan a acumularse y acumularse (alrededor de la cama de Juan), pisoteando incluso a algunas pesadillas, que deben esconderse para ponerse a salvo.
Las ovejas blancas, aburridas de saltar sin resultado, deciden “irse a otros sueños, adonde los niños se durmieran más rápido”. Pero dejan, como representante y encargada de hacer dormir al niño, a Olimpia, la única oveja negra (con cara blanca), que debe saltar la cerca (“uno”), dar toda la vuelta por detrás de un arbusto (“para que Juan creyera que era una oveja distinta”) y volver a saltar la cerca (“dos”), y así sucesivamente. Al llegar a 20, Olimpia está cansada y tarda cada vez más en saltar la cerca... y esa demora es la que finalmente logra que Juan, mientras espera el salto de la oveja negra, se quede finalmente dormido (también se durmieron las pesadillas negras, por cierto).
Pero esta es solo la mitad de la historia: luego de que Olimpia arrope a Juan, ella misma, agotada, se acuesta en su camita de paja, pero aunque está muy cansada, no puede dormir. Se asoman sus propias pesadillas (que son bichitos informes y de muchas patas, pero blancos) y decide entonces contar... Juanes.
Esta puesta en abismo, el reflejo de la historia en una realidad espejada, nos recuerda a “La noche boca arriba”, de Cortázar: aquí también vamos y venimos del sueño a la vigilia y de nuevo hacia él, mientras Juan salta y salta la cerca (tras pasar por el arbusto para que Olimpia crea que son muchos juanes, quienes saltan) cada vez más lento y busca llegar al momento en que la oveja negra concilie al fin el sueño, se quede dormida y él pueda arroparla en su prado sin pesadillas.
Las imágenes de Mar Alloggia son muy bellas, y juegan todo el tiempo (incluso desde las guardas del libro, con escenas que se ubican antes de que la historia haya comenzado y después de su final) con los contrastes y opuestos de personajes claros y oscuros. Todo el libro (incluso la tapa y la contratapa) está ilustrado con solo dos colores [verde y naranja], además del blanco y el negro. Y en cada escena hay elementos que complementan y enriquecen la historia, y que las y los lectores atentos irán descubriendo con sorpresa y alegría mientras avanzan por el cuento (como, por dar un ejemplo, el peluche de oveja negra que Juan tiene al pie de su mesita de luz en la primera escena, mucho antes de que Olimpia aparezca en el relato).
Esta relación entre el niño en vela y la oveja negra nos arropa también en una sutil ternura, y al terminar el libro es imposible no haberse encariñado con ambos.
La edición está cuidada en cada detalle, y los lectores insomnes a quienes, como yo, les guste leer los créditos, los paratextos y el colofón, se encontrarán con que esos elementos esconden también pequeñas perlitas y guiños que hacen que el libro se disfrute de principio a fin.
Precioso libro. Recomendado.
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