Este genial libro álbum de Ximena García fue publicado por Uranito en 2015 y ganó el prestigioso premio Cuatrogatos. Es una reversión de un cuento de hadas clásico, quizás el más clásico de todos: “Caperucita roja”. Sin embargo, no es para nada trillado, lo que se cuenta, pues la autora eligió un enfoque distinto y novedoso, desde el cual contar una historia que es bien diferente de la del cuento de Perrault, aunque lo toma como base y presupone que todos conocemos aquella historia (y así es).
Quizás lo primero que hay que decir es que las ilustraciones son hermosas, espectaculares. Tienen un intenso color rojo de base (no solo Caperucita es roja, toda su casa lo es)y la niña (con una cara cuadrada y blanca y un aire de figura rusa o bizantina) lleva su caperuza incluso dentro de la casa, que es donde ocurre toda la historia.
Porque las ilustraciones se combinan con un texto notable, una conversación que retoma el diálogo final del cuento de Perrault (las preguntas de la niña y las respuestas amenazantes del lobo: “para escucharte mejor”, “para verte mejor”...). Solo que aquí no hay lobo (salvo como amenaza o anhelo): la mamá de Caperucita ocupa ese lugar.
Y a medida que avanza el diálogo cotidiano entre la nena y la mamá (en el que la madre advierte sobre cada peligro, real o imaginado: “cuidado con el tecito, no te quemes”, “no te destapes que te vas a resfriar”, “no juegues así con el gato que te puede rasguñar”), vamos dándonos cuenta de que es la madre quien, con las mejores intenciones (proteger a su hija de los peligros del mundo) termina funcionando como Lobo, como peligro, como carcelera: la hija quiere salir a visitar a la abuela, quiere tener amigos, sueña con jugar con ellos, con conocer gente; la madre tiene terror de que le pase algo malo, y por eso no la deja salir, ni siquiera para llevarle a la abuela la conocida canastita con víveres.
Una de las genialidades de este libro es que gira alrededor de una gran verdad: en su gran mayoría, los padres y las madres (pero especialmente las madres) quieren proteger a sus hijes. Y temen (lo que más temen) es que les pase algo malo. Por eso, aunque pocas mamás/papás lleguen a los extremos de esta madre de Caperucita, muchas/os sintieron al menos el impulso de actuar así, de encerrar (“por su bien”) a la hija o al hijo para librarla/o de los peligros del mundo exterior (que los hay, claro que sí, bien lo sabemos: uno entiende a esta mamá y le da la razón, aunque sea parcialmente).
Cada escena está llena de detalles, y uno puede pasar largos minutos descubriendo las miradas en las fotografías de la casa, las decoraciones en los estantes, cuál es el cuadro de Klimt (perfectamente elegido) que adorna una pared, las muñecas rusas, quién es “el desconocido” a quien Caperucita saluda desde la ventana de su casa-prisión (lo que genera el airado reto de su mamá, abocada a la tarea de “cuidarla mejor” las veinticuatro horas del día).
Pero Caperucita no aceptará sumisa la situación, y tendrá algo que decir al respecto. Y habrá, quizás, espacio para un final feliz en el que la madre ceda (aunque sea un poquito) y le permita a su hija salir por fin de la casa.
Un libro precioso, profundo y divertido, que se disfruta una y otra vez y se atesora en el estante de los libros lindos.
Recomendado.
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