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Siempre nos estamos yendo

Esta novela de Verónica Sukaczer fue publicada hace poquitos días (junio de 2021) en la colección Nube de Tinta, de Penguin Random House, con la edición de María Amelia Macedo y Mariana Vera.

(Mini digresión: de la misma autora y en la misma colección es el libro que comenté primero en este blogcillo, Los nombres prestados)


Estuve pensando mucho en si esta novela era una ficción distópica. Podría serlo, quizás. Pero concluí que la historia que se cuenta aquí ocurrió tantas veces en el pasado, y ocurre incluso en nuestro presente de hoy (uno puede sin ningún esfuerzo poner ejemplos mentales), que lamentablemente está mucho más cerca del realismo que de la fantasía futurista, por más que la autora no haya ubicado en forma precisa la historia (no se mencionan lugares ni fechas, y solo por algunas referencias a temas musicales podemos imaginar que lo que ocurre no está demasiado lejos de nosotros en el tiempo), lo que tiñe el relato de una validez casi universal.


Zinnia, la narradora, está sola con su hermana menor Jaz en una ciudad en ruinas, sin comida, casi sin agua, sin papeles ni ayuda, refugiadas sin refugio, migrantes sin destino. Está escapando, no sabemos de quiénes, no sabemos por qué ni dónde. Llegan a un lugar derruido pero que las provee de un cierto reparo, un hueco lleno de papeles y escombros que fue, antes, quizás una biblioteca. Alli encuentran a una mujer, inmóvil como cadáver, pero aún viva. Pronto se asoma a su santuario Isa, un niño solo (todos están por su cuenta, en esa ciudad diezmada), que se suma a ellas. Y como tienen que quedarse allí un tiempo, Zinny empieza a contar (narrar es lo que mejor sabe) la historia de cómo llegaron allí, las tres casas por las que pasaron, el surgimiento de los muros (como si brotaran de la nada, súbitos, infranqueables), cómo empezó a estudiar violín, cómo fue perdiendo todo y a todos excepto a su hermanita, qué peligros debieron sortear, cuáles no pudieron. En los siguientes días, algunas presencias más se irán sumando a ese grupo bizarro que solo tiene en común una completa desesperación y la necesidad imperiosa de escuchar una historia bien contada.


Intercalados con los capítulos breves aparecen otros en los cuales Zinny interrumpe su relato para dialogar con alquien, que tampoco sabemos quién es (se revelará hacia el final), pero que mantiene con ella algún tipo de relación.


Todo esto, llevado de la mano con una escritura excepcional, va armando un clima que te envuelve mientras leés, opresivo, inquietante. Zinny es una protagonista creíble y compleja, heroica pero no inocente, que intenta y se equivoca y se desespera y es capaz de mentir, de arriesgarlo todo en un impulso, de sacrificarse y de traicionar. Mientras iba avanzando por la historia, me venían a la mente historias de lo más diversas, que se conectaban con esta novela en algún aspecto: las sagas distópicas juveniles, por la protagonista joven que tiene que abrirse paso en un mundo dictatorial y sin perspectivas; La música del azar de Paul Auster, por el muro y el sinsentido; Toque de queda, de Jesse Ball, por el violín y la tiranía escondida pero omnipresente; Está todo iluminado, de Jonathan Safran Foer (no la película, sino la novela, justamente la mitad que no entró en la película) por la narración de la propia historia como la única forma de intentar sobrevivir a una catástrofe infinita; y Más que humano, de Theodore Sturgeon, porque aquí los personajes van armando también, por aglutinación primero, luego por simbiosis, una gestalt, un grupo errático que termina funcionando casi como un único ser múltiple.


En fin: es una novela excepcional, bellamente escrita, con un ritmo impresionante, que vale la pena leer y releer, para que no olvidemos en qué mundo estamos y también recordemos que tenemos la obligación de intentar cambiarlo. Recomendada.

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