Este libro de cuentos de Marina Elberger fue publicado recién (fines de 2022) por La Crujía.
Disfruté mucho de la lectura de estos cuentos. Conocía a Marina como autora de LIJ, y me gustó hallar en estos cuentos “para grandes” algunos rasgos de sus otras obras: la frescura del relato, el cuidado milimétrico en la elección de las palabras y los tonos para que lo que se cuenta parezca casi natural, la forma en que le da relieve a episodios cotidianos para echar luz sobre sus sentidos profundos y sus consecuencias insospechables; también un humor delicado, que se apoya en momentos mínimos y giros fugaces.
Y por sobre todo, una gran capacidad de observación, de percibir y rescatar frases sueltas, formas de hablar, pensamientos al vuelo de gente en la calle, en un bar, en la oficina, en la plaza. Ese cuidado en los detalles, que se refleja en la edición, muy bella, con esa tapa del gato con ojos de dos colores adueñado del sofá y quizás del universo.
El título del libro, en ese sentido, es como una declaración de principios al vesre: a la autora le importan los detalles. A todos quienes amamos la literatura nos importan: los detalles son casi siempre lo único que de verdad importa en una historia. El cuento que da título al libro está casi en el centro de la antología y es paradigmático: la narradora, una mujer de clase media, con familia y con trabajo (casi todas las narradoras de los cuentos son variaciones de esa configuración), se presenta como “adicta a los bares: a las historias y conversaciones ajenas”, y gran parte del cuento es una charla de bar en una mesa cercana, entre un profesor de Kabbalah (que es quien, censor, remarca que en ese grupo “no importan los detalles”) y una alumna díscola, empecinada en contar esos pequeños detalles (la infancia, la familia, los sentimientos y proyectos) que son su vida entera.
Además de ese cuento, me encantaron: “Seda”, con su genial comienzo (“Silvina Ocampo recuerda solo tres amores de dieciocho que tuvo. Hago mi lista.”); “Señoritas, ¿a dónde?”, que relata un cumpleaños infantil desde el punto de vista de la encargada de animar el evento; “Oveja negra”, un desopilante y a la vez decepcionante cumpleaños de cincuenta “solo para mujeres”; y “Acá puede entrar cualquiera”, el largo cuento final que construye un clima de suspenso casi siniestro, en el marco de un viaje a Mar del Plata.
Pero todos los cuentos me parecieron disfrutables e interesantes, y pasé grandes momentos saboreando los sutiles pasajes a lo fantástico, los ires, venires y pesares de gatos, niños y extraños, los cambios de voces y de realidad, las referencias al ámbito laboral educativo (que Marina conoce bien, y también yo); esos detalles que para algunos quizás no importen, pero que marcan la diferencia cuando se está contando una historia.
Muy buen libro. Recomendado.
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