Este libro de cuentos de Cristina Macjus con ilustraciones de María Elina Méndez fue publicado por Pequeño Editor a fines de 2021, bajo la dirección editorial de Raquel Franco y con Ruth Kaufman como editora.
Voy a empezar por la conclusión: qué hermoso libro es este. Los cuatro cuentos están hermosamente escritos, con ese estilo que Cristina fue puliendo a lo largo de su obra y que le permite contar incluso las acciones más pequeñas o cotidianas con gracia y en forma memorable. Las ilustraciones son espectaculares también (todas las páginas del libro tienen al menos una imagen), bellas y sensibles tanto cuando representan la exuberancia de la selva como cuando sugieren susto en la expresión de un niño. Y el objeto, el libro en sí, de formato cuadrado y grande, fue editado con esmero, eso se nota.
Estos son, como anticipa el subtítulo, “cuentos salvajes”, ambientados en la selva misionera (un paisaje que la autora conoce bien), en los que una voz narradora nos trae recuerdos de su infancia, de cómo era esa vida junto al monte, cerca del río, asomados a una selva que aún no había sido desmontada. Mientras leemos vamos conociendo a esa familia, integrada por humanos y por otros animales: las mascotas (un perro chambón pero dispuesto a todo para proteger a su humano adoptivo, un gato tozudo y rasguñero) y otros bichos que simplemente vienen o pasan, se van o se quedan (un coatí de mal comportamiento pero simpático, un río de hormigas hambrientas y bienvenidas, un pájaro que pone tres huevos azules aunque luego no los cuida bien).
Es impactante la forma que tiene la autora de contar cómo las personas se relacionan con la naturaleza, no como algo ajeno, ni siquiera separado de lo que cada uno es, sino como parte inseparable de nuestra vida. Por momentos, por el lugar, uno recuerda inevitablemente los cuentos de Quiroga; pero el estilo de Macjus es bien diferente: sin épica ni melancolía, con ternura y corazón, e incluso cuando está contando escenas de peligros y temores, uno se siente a resguardo en esas palabras que ruedan sin perder nunca el ritmo y dejan, como la corrección de hormigas, todo limpio cuando se van.
Trueno podía entender a Riqui de una forma misteriosa, incluso más de lo que Riqui se entendía a sí mismo. Aquella vez supo que el cuerpo de mi hermano se estaba cansando, que en breve se quedaría sin baterías.
—No seas nabo, ¡vamos! —le dijo Riqui y avanzó.
Trueno respondió con un aullido lastimero. No era un perro de actitud épica, solo un buenazo de corazón. (...)
En el cuento “Piraí”
En fin: un gran libro, que recomiendo con fervor y debería tener un lugar en tu estante.
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