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Adiós, Chester Binder

Esta novela de Ángeles Durini fue publicada recién (2022) por Loqueleo, con la dirección editorial de María Fernanda Maquieira y la edición de Lucía Aguirre. Las ilustraciones son de Anabel Fernández Rey.

Está recomendada para lectores a partir de 12 años, pero creo que lectores con menos de esa edad también podrían entender y disfrutar esta historia (y, desde ya, los adultos entramos perfectamente en ese “a partir de”).


[Mini digresión: la leyenda dice que Ángeles es uruguaya, pero ya sabemos cómo son las leyendas. De ella comenté ya en este blogcillo Detrás de los cristales y Playa de almas.]


Esta es una novela, sí, pero está escrita en verso, así que podría decirse que es al mismo tiempo un poemario (como la autobiografía en poemas Brown Girl Dreaming, de Jacqueline Woodson), o mejor todavía, un largo poema más o menos narrativo. Esta forma de contar le permite a la autora construir un clima particular, ligeramente melancólico y misterioso, bordado con pocas palabras precisas, con toques de humor y pequeños enigmas que dejan mucho para que los lectores imaginemos e interpretemos.


Esta es la historia de la narradora protagonista, una niña que se llama Ángeles y que llega a su casa... pero que ya no es su casa, sino que se convirtió (lo vamos descubriendo poco a poco) en una escuela.


Así que Ángeles empieza a ir a esa escuela donde todo le resulta extraño, como desenfocado, y ella misma está como fuera de lugar, casi como un fantasma en su propia casa. Le cuesta entender las clases (en particular las de idiomas) y le cuesta acercarse a los compañeros (que son, al menos al principio, una “horda” de desconocidos gritones).

Por eso su principal compañía es su amigo imaginario, Chester Binder, que la acompaña en esa etapa tan difícil y la ayuda, poco a poco, a salir adelante.


[Otra mini digresión. Ángeles (la escritora) me contó que Chester Binder era, en efecto, el nombre de su primer amigo imaginario, cuando era muy pequeña.]


Pero, como ya anticipa el título del libro, llegará inevitablemente el momento en que Ángeles y Chester deban despedirse, cuando ella deba ir a otro colegio (uno de verdad, que no sea una casa, o al menos que no sea la casa de ella).


Nada de lo que pueda decir aquí alcanzará para describir la belleza de este texto: tienen que leerlo. Es un imprescindible, bien distinto de las “típicas” novelas infantiles; un libro tan hermoso que no hay forma de dejarlo por la mitad y que llama a ser releído muchas veces.


Las ilustraciones de Anabel Fernández Rey son hermosas también, sugerentes, poéticas, y colaboran a la perfección en el armado del clima del relato.


Bueno, no digo más, llegó el momento de despedirme. Consíganse este libro. Muy recomendado.

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