Este libro de cuentos de Eva Bisceglia fue publicado recién (fines de 2021) por DLG - Desde La Gente (editorial del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos), con la dirección editorial de Javier Marín.
[Empiezo con una digresión: Eva es la cuarta joven autora que aparece en este blog que publicó su primer libro literario en el último año y medio y es egresada (como yo) del profesorado Joaquín V. González de la ciudad de Buenos Aires, en la carrera de Castellano, Literatura y Latín. Las otras tres son:
Silvana de Ingeniis, con su novela No se lo digas a nadie.
Mónica Jurjevcic, con su novela En zapatillas.
Lía Chara, con su novela Agua.
Además, qué buenas obras todas ellas, incluyendo este libro que comento hoy (y qué diferentes unas de otras, al mismo tiempo). Creo que con cuatro narradoras tan importantes ya no podemos hablar de casualidad, sino que hay que proponer que algo hay allí, algo sucede. No sé bien qué, pero algo hay. Fin de la digresión.]
Hay algo inasible también en estos cuentos, en lo que los une. La prosa, en principio, que fluye con tersura, con una cadencia casi diría clásica, que hace que uno disfrute de la sonoridad de las palabras mientras va avanzando por las historias. También una conexión, ya anticipada por el título, con los animales, pero especialmente con lo animal que forma una parte esencial (ni siquiera escondida) de lo humano.
A veces, la conexión es más directa (como en los impulsos sexuales y los estímulos sensoriales, los roles atávicos que imponen reglas no escritas pero inquebrantables, los instintos en rebelión inminente) y lleva la historia al género fantástico o al cuento extraño: a una adolescente le crecen alas en la espalda (“Alas”), un muchacho vegetariano decide alimentarse de la carne de su amante (“Mantis”). En otros cuentos, la conexión con lo animal es más profunda y subrepticia, innombrable y, consecuentemente, más siniestra y ominosa (incluso cuando reviste tintes humorísticos, como en “Temporada de mariposas”), rondando la violencia y bordeando la desgracia: una conexión mental con un caballo que ocasiona, quizás, un accidente criminal (“Un caballo como un dálmata”); un grupo de cazadores que persigue una y otra vez a su presa, una mujer esclavizada (“La cacería”). Muchas veces, esos hechos que al lector le resultan inexplicables y tremendos son contados por los personajes desde la aceptación resignada que le asignamos a lo corriente: esto sucede, esto es real, y si a vos lector no te parece real no es porque no lo sea, sino porque no conocés tan bien la realidad (sus aristas, sus rebordes y fondos falsos, sus rondas de animales que se miran a los ojos un instante y se reconocen) como pensabas que la conocías. Hay una conexión con voces como la de Samanta Schweblin y Silvina Ocampo, Cortázar y Rulfo también, pero es solo un aroma, algo que nuestro olfato fuera de forma no llega a identificar del todo (pero ahí está, nuestro instinto lo grita).
En fin: disfruté mucho esta antología de cuentos, de una autora que vale la pena descubrir.
Recomendada.
(...) De repente siento que algo me toca la frente y abro los ojos. Es el caballo dálmata. Está tan cerca que me asusto y me levanto de un salto. Miro hacia todos lados, pienso que Eugenia y David están cerca y que se están riendo de mí, pero el caballo está solo. Me busca con su hocico enorme. Calmo sus movimientos con una caricia constante entre los ojos, una y otra vez, como vi que hacía Eugenia. El caballo se queda quieto y me mira con insistencia. Sus ojos son como enormes almendras líquidas Ahí descubro mi imagen casi flotando, de agua. Soy una lágrima que está al caer, pero no cae: tiembla en esos ojos tristes y se aferra a ellos como si fueran lo único real en este mundo. Me voy apaciguando y nuestra respiración vibra al mismo tiempo.
Susurro algo que solo entiendo cuando se hace sonido al salir de mi boca. El dálmata escucha, asiente y me contesta.
El sonido de un disparo rompe la quietud de la tarde. (...)
(en “Un caballo como un dálmata”)
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